Carlos Guajardo
Académico Facultad de Educación, U.Central
Hace un tiempo, nos enteramos de la iniciativa del colegio Manuel de Salas, en la comuna de Ñuñoa, quien decidió no calificar de 1.0 a 7.0 a sus niños de primer ciclo básico. Todo indica que el Congreso Nacional podría aprobar que este cambio de paradigma en la evaluación en Chile, se extienda también a los establecimientos que reciben financiamiento del Estado. Países como Finlandia, Dinamarca y Singapur, ya lo han implementado con éxito. En nuestra región, podemos observar el caso de Argentina.
Lo esencial, es que empecemos a entender la evaluación como un acto de aprendizaje y no como una “mera nota” donde muchos niños son estigmatizados por una calificación deficiente. Todos fuimos formados en la lógica que si nos sacábamos sobre un 4,0 éramos aprobados, de lo contrario, pasábamos a ser víctimas de la “cohesión” del acto evaluativo, el “no tiene dedos para el piano”, concibiendo así una serie de consecuencias como la desmotivación por asistir a la escuela, aborrecimiento por la asignatura de los “rojos” y un escaso aprendizaje para la vida.
Debemos tener en cuenta que de ser aprobada esta medida, será un proceso que se instalará paulatinamente, ya que el Ministerio de Educación y los establecimientos educacionales tendrán que fidelizar a sus docentes, niños y apoderados respecto de esta nueva forma de evaluar. No será un trabajo fácil, ya que hay una serie de elementos técnicos que en adelante se convertirán en una instancia más bien cualitativa, en la que habrá que parametrizar los resultados de los aprendizajes como los objetivos, habilidades y actitudes. Es justamente esta triada de conceptos, que todo momento evaluativo debe procurar en un proceso enseñanza – aprendizaje, sobre todo con niños que se inician en la educación básica.
Me parece que este tipo de decisiones, en que la evaluación deja de asumir un sentido estricto para el estudiante, son las que efectivamente provocan un cambio en la manera de concebir la educación en un país que anhela cambios sustanciales en materia de calidad e inclusión. Aunque no lo parezca, el solo hecho de que un alumno sea comparado con otro por una nota, provoca “discriminación” frente a la diversidad de estilos de aprendizaje que tenemos los seres humanos.
No temamos a cambios como estos. Lo que realmente importa, es que nuestros niños gocen de la escuela como un espacio para el aprendizaje, la discusión y las diferencias. No se requiere de una calificación (una nota) para reconocer quién es mejor que el otro.
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