Por Pedro Urrutia, jefe de operación social de Hogar de Cristo.
“Estuve tres años en la calle, mi cuerpo ya no valía nada, pesaba menos de cuarenta kilos. Fue una época confusa, violenta, cuando mezclaba copete con pasta base, me borraba, desaparecía, tanto así que al otro día, no recordaba cuando me pegaban o me violaban”, cuenta Evelyn (28), entre miradas evasivas e incomodidad.
Definir el perfil de la mujer en calle es difícil. Las hay jóvenes, con hijos o sin ellos; de la tercera edad, con pareja o solas; extranjeras y chilenas; con enfermedades crónicas, con problemas de salud mental o de consumo de drogas, y también están las que quedaron sin hogar por escapar la violencia intrafamiliar o de un quiebre afectivo inabordable. “A los 24, tuve a Belén, pero me dio una depresión posparto súper fuerte, no sabía qué hacer, no entendía la maternidad”, dice Evelyn.
Esto produjo un quiebre con su ex pareja, quien terminó quedándose con la custodia de su hija. Esa perdida la llevó a la calle. Una noche, en que dormía en un paradero, un hombre le ofreció pasta base a cambio de favores sexuales. Ella se negó; él le quebró la nariz. “Ahora analizo ese tiempo y fue como haber estado en una película de terror que no termina cuando se encienden las luces”.
¿Cuántas mujeres deambulan por nuestra región, atrapadas en una película de terror que no termina? Esta invisibilización se expresa en la falta de una perspectiva de género para abordar la problemática de la situación de calle. Y en algo que afecta a hombres y mujeres en calle: la exigencia de pruebas de buena conducta para ayudarlos, lo que tiene que ver con el prejuicio, la estigmatización y la incomprensión de esta realidad social.
Ese ese sentido, el programa Vivienda Primero, que ya está presente en Santiago, Concepción y Osorno y hasta ahora beneficia a 353 personas, es una de las políticas públicas más revolucionarias que se ha aplicado nunca en Chile, porque entrega justamente un techo sin pedir nada a cambio a mujeres y hombres con más de 5 años en calle y sobre 50 de edad. Esa base esencial –un espacio propio, privado y protector–, permite iniciar el trabajo de integración, con apoyo psicosocial especializado que es lo que permite salir de una situación, que es la manifestación más cruenta de la pobreza y la vulnerabilidad, más aún en el caso de las mujeres.
Dejar una contestacion