Columna de opinión: Cada vida importa

Esther Gómez, directora nacional de Formación e Identidad Santo Tomás“Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo” (S. Juan de la Cruz). Por tanto, su vida vale más que el mundo, señala Esther Gómez, directora de Formación e Identidad de Santo Tomás.

Cada día encuentro motivos de asombro, ciertamente, y más de uno. Pero uno de esos motivos es de especial transcendencia, a mí entender y es el misterio de la persona. No deja de admirarme la riqueza de cada ser humano, su tremenda potencialidad y que sea irrepetible e insustituible de una manera tan original. Pero junto a esa riqueza descubro su fragilidad y su dependencia, lo cual también me provoca estupor. Y me asombra una vida que es tan poderosa en algunos aspectos mientras que en otros es tan frágil, precisamente porque ambos aspectos se tienen que dar en un equilibrio, nada fácil de lograr.

La grandeza de una obra de arte, o la de un acto libre, que no se deja reducir a nada anterior y por lo tanto es imprevisible, procede de la vida personal. Santo Tomás de Aquino, buen conocedor  de este misterio, presenta la explicación de tales actos a partir de sus manifestaciones. El mismo ser personal es invisible a los ojos pero se manifiesta. Precisamente por su carácter de invisible algunos pueden dudar de él, o reducirlo a cuantificaciones. Nada más lejos de su ser propio. El valor de una vida humana no se mide por su tamaño, ni por su apariencia física o los logros que consiga, que son consecuencias o efectos de esa vida, pero que no se dan siempre o necesariamente ni en cualquier circunstancia.

El valor de una vida humana procede de su ser que le da vida, que es un ser personal, y ese ser, como vimos, es frágil y necesitado de sujeción y apoyo, sobre todo en ciertos momentos. Por eso hay que ser consecuente con su valor y no hacerlo depender de circunstancias cambiantes o ajenas a su mismo ser. Nadie duda de que es la misma persona cuando duerme o cuando está despierta, aunque sólo cuando estamos despiertos somos capaces de pensar o de elegir, y por lo tanto tampoco debería dudar de que vale lo mismo. ¿Y qué decir de esa vida en sus estados iniciales, en que va desplegando lo que ya es aunque no se perciba con los ojos? ¿No sería ilegitimo o ilógico dudar de su valor?

Es muy claro Santo Tomás al valorar la vida y rechazar por tanto, lo que no la respeta y cuida en lo que es: “Entre todos los males que se pueden ocasionar al prójimo, el más grande es matarlo, de ahí que se prohíba” (Comentario a los Mandamientos). Por eso identifica las maneras en que se puede matar a otros: con las propias manos, con las palabras provocando, por complicidad o al consentir la muerte de alguien, cosa que sucede explícitamente “cuando se da muerte a una mujer embarazada” porque se mata también al niño que lleva en su seno. Por eso, la verdad objetiva de que cada vida humana importa en sí misma y que ninguna sobra, hay que personalizarlo hasta poder decir: cada vida nos importa porque su valor no depende de nosotros sino de sí misma.

Y si además, pensamos que Dios mismo asumió esa vida humana, desde sus inicios en el seno de una mujer, pasando por todos los estadios de su desarrollo, y que con ello nos mostró el elevado destino a que nos llama –vivir como sus amigos-, entonces cada vida adquiere un valor incluso mayor.

Esther Gómez
Directora de Formación e Identidad
Santo Tomás

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