Cuando emprender se vuelve la única alternativa para salir adelante, no hay ninguna limitación para llevarlo a cabo.
Muchas pueden ser las razones por las que se independizan las(os) chilenas(os), pero existe un patrón que se repite: Todos desean mejorar su calidad de vida, tener más tiempo para pasar con su familia, ser sus propios jefes y estabilizar la economía del hogar.
En Fondo Esperanza (FE), la comunidad de emprendimiento solidario más grande de Chile, se derriba el mito que para comenzar a ser microempresario es necesario ser joven y tener experiencia en administración. Entre los requisitos para entrar a FE, se encuentran el hecho de tener un negocio formal o informal funcionando y tener las ganas de hacerlo crecer. Se apuesta por la capacitación y el aprendizaje continuo; contar con la confianza en que con esfuerzo se puede llegar lejos.
Varios son los casos de éxito. A los 20 años, Carolina Ramón se convirtió en toda una emprendedora. Ella tiene claro sus objetivos: Instalar un local de pasteles en el centro de Castro. Sin embargo, sabe del esfuerzo que necesitará para lograrlo.
En cada cumpleaños de la familia o de sus amigos se puede degustar su mano. Es ella la encargada de elaborar las tortas, kuchen o tartaletas que invitan a endulzar el momento. “Me ha ido súper bien, ya que he vendido harto. Hemos tenido muchas celebraciones”, manifiesta con alegría. Su especialidad son las preparaciones con sabores de chocolate y tres leches.
A sus 49 años, Ana María Martínez es una reconocida artista de la región de Los Ríos que ha expuestos en, aproximadamente, 350 eventos. Desde pequeña, se dio cuenta que tenía el don para la pintura, pero fue uno de sus profesores de enseñanza básica, quien le entregó las técnicas para dar vida a bellos cuadros de paisajes, retratos y todo aquello que su mente y corazón quieren diseñar. Hasta hace unos años, este arte era sólo un hobby, pero las circunstancias de la vida la llevaron a transformarlo en el sustento del hogar.
“Poco a poco me fui haciendo paso, me fui perfeccionando y me puse seria en todo”, cuenta. Con más de 10 años en el rubro, tiene un alto nivel que abarca todas las técnicas para satisfacer a la variedad de clientes que llegan a admirar y adquirir una de sus creaciones. “¡Hay que ser responsable para lograr los objetivos!”, sentencia.
A los 69 años, Teresa Parra está más activa que nunca. Su invalidez no es obstáculo para seguir trabajando con alegría y perseverancia. Todos los días produce artesanías en yeso, manteles, cortinas o sábanas. Esta fue su posibilidad de mantenerse ocupada y aportar a la economía de su hogar. “Me fracturé la cadera y como paso casi todo el día sola, decidí comenzar con esto. Mientras pueda ¡lo hago!”, afirma.
Su emprendimiento va de la mano con su llegada a Fondo Esperanza. Dependiendo de las fechas del año, son las figuras que vende. Sin embargo, su especialidad son los nacimientos. En cada uno de ellos, pone todo su amor y dedicación. El resto de los meses, hace de todo un poco. “Lo que veo, lo hago y si me resulta, lo vendo”, comenta entre risas. Su producción la vende por contactos, pero son sus hijos los mayores publicitas.
“Si se empieza algo y no se termina, se pierde. Por eso, si me propongo un objetivo, lo cumplo”, dice categóricamente esta emprendedora que nació en Antuco, pero quien ha desarrollado toda su vida en la capital del Biobío
Estas emprendedoras han sorteado obstáculos, se han puesto de pie, han sabido potenciar sus capacidades, administrar sus emprendimientos y mantenerlos en el tiempo. Siempre acompañadas de Fondo Esperanza.
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