La sala de clases entra al bosque en la Araucanía.
Desde el mes de Marzo de este año, diez escuelas de comunas que forman parte de la Reserva de la Biosfera Araucarias (RBA), trabajan intensamente con herramientas distintas a las habituales. El pizarrón cobra vida manifestándose en forma de árboles, hojas, pájaros, agua, viento, caminatas de reconocimiento de especies, visitas al bosque nativo como un tesoro vivo único en el mundo. Es el proyecto “Bosque Lluvioso Valdiviano, laboratorio vivo en nuestro entorno”, ejecutado por Corporación Parques para Chile y Fundación Huerquehue, en el marco del I Concurso Nacional de apoyo a Actividades de Divulgación: “Chile Laboratorio Natural” del Programa EXPLORA CONICYT.
” (ver recuadro 1)
Primero fueron 15 profesores de ciencias naturales y facilitadores interculturales que participaron de una jornada de dos días en el parque Namuncai y experimentaron personalmente la riqueza del bosque, nutriéndose del encuentro grupal y también de momentos de encuentro personal con este bosque que está, generalmente, a muy poca distancia de sus salas de clase. Según resume Cecilia Ceballos, profesora de Ciencias naturales de la Escuela Volcán Llaima de Melipeuco, esta reunión fue muy positiva, “con una forma muy atractiva de entregar los conocimientos y con un vocabulario cercano y de fácil comprensión, los talleres en terreno estuvieron muy bien organizados y estoy segura que podemos replicar en nuestras escuelas todo lo que aprendimos, con materiales que están al alcance de nuestras realidades”.
Luego comenzaron las “Travesías al bosque”, espacios de encuentro, reflexión y aprendizaje donde cada escuela participó con grupos de niños entre 5º y 8º básico. Fueron más de 200 niños los que dejaron los cuadernos dentro de sus mochilas y, corriendo, se adentraron en el bosque para aprender a través de ejercicios y metodologías lúdicas y didácticas las características e importancia del Bosque Lluvioso Valdiviano (ver nota aparte: Niños en el bosque: experiencias con nombre y apellido)
En paralelo se realizaron encuentros en las mismas escuelas denominadas “Travesías en la escuela”, donde se incorporó de manera lúdica y viva a toda la comunidad escolar por medio de la promoción del espíritu colaborativo y sensible propio de los niños. “La maravilla de esta forma de aprender es que nace de los mismos niños, de su tremenda curiosidad y capacidad de imaginar como la naturaleza crea y cómo todos nos beneficiamos de ese misterio”, explica Rodrigo Calcagni, Director de proyecto.
“Bosque Lluvioso Valdiviano, laboratorio vivo en nuestro entorno”, funciona desde una mirada vivencial de las actividades de divulgación, por lo que el aprendizaje “está ligado directamente a la experiencia y al encuentro material, físico y espiritual con el bosque y su riqueza, además de permitir a toda la comunidad beneficiarse y promover su valoración. Por eso es relevante trabajar con profesores y alumnos de territorios donde el bosque forma parte importante de la vida social, económica y cultural”, acotó.
Dentro de las próximas semanas se contempla finalizar con las travesías en las escuelas, además de realizar el encuentro intercomunal con representantes de la comunidad escolar de las 10 escuelas participantes, alumnos, profesores y apoderados. Este encuentro busca ser una oportunidad para sentar las bases de una red de escuelas que trabajen en el conocimiento y cuidado del Bosque Lluvioso Valdiviano de la RBA. Junto con ello, el proyecto entregará a cada escuela importante material educativo e infográfico sobre las características del Bosque Lluvioso Valdiviano, la flora y fauna que lo componen, así como del territorio y características de la RBA.
Recuadro 1
¿Qué es “Bosque Lluvioso Valdiviano, Laboratorio Vivo En Nuestro Entorno”?
Es un proyecto desarrollado por la Corporación Parques para Chile junto a Fundación Huerquehue, en el marco del I Concurso Nacional de apoyo a Actividades de Divulgación: “Chile Laboratorio Natural” del Programa EXPLORA CONICYT. Son 10 escuelas de comunas de la Araucanía que forman parte de la Reserva de la Biosfera Araucarias, con alrededor de 200 niños y 20 profesores de escuelas de Cunco, Melipeuco, Curacautín, Pucón y Curarrehue viviendo su propia travesía natural. Son experiencias con nombre y apellido, son aprendizajes personales y colectivos que tienen como centro el Bosque Lluvioso Valdiviano y sus características únicas.
Las escuelas participantes son Volcán Llaima y Caren, en la comuna de Melipeuco; Alejo Tascón y Luis Cruz Martínez, en Curacautín ; Paillaco y Carileufu, ambas en Pucón; Las Hortensias y Escuela Vida y Paz, en Cunco; así como la Eco escuela Antu Mavida y el Complejo Educacional Monseñor Francisco Valdés en Curarrehue.
Las comunas donde se ubican estas escuelas integran, junto a otras cuatro, la Reserva de la Biosfera Araucarias que forma parte de la Red Mundial de Reservas de Biosfera de UNESCO. El territorio de la RBA alberga bosques templados lluviosos, glaciares, valles, milenarias araucarias, volcanes activos, cientos de especies endémicas y una antigua historia ligada al desarrollo del pueblo mapuche pehuenche. La RBA incluye territorios, totales o parciales de las comunas de Collipulli, Curacautín, Lonquimay, Cunco, Vilcún, Melipeuco, Villarrica, Pucón y Curarrehue
(Fuente: http://www.rbaraucarias.cl/que-es-la-rba
Niños en el bosque: experiencias con nombre y apellido
“Nada más empezar la primera página, sale el niño por el fondo del huerto y, de árbol en árbol, como un jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso, entretenido en aquel perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la infancia a todos nos ha permitido…”
José Saramago, “La Flor más grande del mundo”
Brenda Muñoz Ayalef tiene 11 años y está en sexto básico. Cada día, junto a su hermana Coni, cruza el camino para esperar el bus escolar que las recoge a las 7,30 am y las traslada hasta su escuela, un gran edificio nuevo, diseñado con una arquitectura amigable que se integra bellamente al paisaje rural del lugar.
Carileufu es un sector ubicado a unos 18 Km de la comuna de Pucón y solo unos kilómetros antes de llegar al Lago Caburgua. La naturaleza está siempre al alcance de la mano y, en la mayoría de los casos, muy presente en la vida cotidiana de Brenda y sus compañeros de clase, quienes viven en los alrededores.
Brenda vive con sus padres y sus 2 hermanas a solo unos kilómetros de la escuela y muy cerca de su abuela materna a quien visita frecuentemente: corriendo sale por el fondo del patio, avanza entre los campos y atraviesa el bosque joven de renovales de hualle, recorriendo los senderos que conoce de memoria. Si quisiera podría irse con los ojos cerrados.
Y aunque nadie nunca le ha explicado claramente por qué es importante cuidar el bosque, ella lo sabe. Lo intuye en el espacio borroso de unas memorias que parecen dormir dentro de ella, como un conocimiento propio y ancestral que viene incluido en el disco duro de nuestra intuición.
Travesía en el bosque
Nos reunimos en la Escuela Carileufu, donde el alborotado grupo de compañeros se prepara para la aventura del día. Los profesores acompañantes entregan instrucciones de último minuto y preparan una enorme bolsa de género con sandwiches y jugos para todos. El chofer recibe las últimas instrucciones para llegar al parque Namuncai. El día soleado ofrenda abierto el camino.
Nuestra primera sorpresa fue constatar la alegría de los niños cuando llegamos al refugio en las puertas del bosque. Parecía que el mundo se había modificado a solo 15 minutos de su escuela. Sonriendo levantaron sus caras al sol, corriendo por todos lados intentaron verlo todo en una sola mirada.
Brenda y sus amigas saltaban y reían contentas mientras los chicos, empujándose unos a otros, admiraban lo “lindo” del paisaje: “que lindo aquí tío”, “miiiira, tremendo árbol que hay ahí”. Los niños florecen cuando están en la naturaleza y algo intangible, invisible y vivo, los llena de más vida.
Hubo preguntas, cuentos, historias, recuerdos, una concentrada caminata y una silenciosa fila india para llegar al corazón del bosque, donde habita desde hace más de 500 años un enorme árbol llamado cariñosamente “Don Misael”. Los niños lo tocan, palpan su rugosa textura de siglos. Entre todos abrazan su centenaria circunferencia verde. Hay un silencio reverencial propio de la infancia y sus descubrimientos.
Más tarde Brenda levanta su mano respondiendo con certeza que en los bosques hay vida. Otros señalan los pájaros, otros recogen palitos y piedras. Unos se untan la cara con el agua gélida del río. Una niña se queda atrás observando intrigada el tejido que decenas de arañas han urdido sobre la chaura florida que el rocío matinal ha despertado.
Las palabras que más resuenan son: naturaleza, bosque, vida, silencio, agua, sonido, pájaros, humedad, verde.
Un niño venda los ojos de otro y lo acompaña. Trabajan en parejas. Unos ayudan a otros a perseguir con sus manos ciegas una larga hebra de lana que guía el camino. Coligues, hojas, ramas caídas, tepas, arrayanes, mañios y taiques los interceptan y desvían, mientras el mullido suelo vegetal los impulsa. Hace frio, hay mucha humedad y esa sensación de que va a llover. Un poco más abajo el rio se desplaza fiel a su trayectoria. Los pájaros aletean entre las altas copas. Todo aquí está vivo. Cada niño y niña tiene en este preciso momento la maravillosa y obvia conciencia de la importancia de este lugar en su vida, en la vida. Aseguran que la existencia de “todo esto” es imprescindible para que podamos vivir “allá abajo”, en los valles.
Los niños saben que aquí vive un enorme corazón silencioso y rítmico que late sin parar impulsando el tremendo motor de la vida. Sin embargo, necesitan que alguien se los recuerde y que ordene un poco tanto saber. Necesitan volver al origen de las cosas, al encuentro con la naturaleza simple, llana y, sin embargo, tan compleja y sabia en sus interrelaciones y delicados entramados.
Brenda respiró el aire frío bajo los tupidos árboles, sintió bajo sus pies la capa vegetal del bosque, de ese bosque que está a un paso de su escuela. Escuchó atentamente cómo toma forma, para qué sirve, por qué es importante que siga sucediendo. Regresó a su casa con un manojo de hojas secas de distintos tonos: “son los colores del otoño, se los quiero llevar a mi mamá”, dijo.
¿Qué pasaría si cada uno de los niños y niñas de las escuelas visitaran, al menos un par de veces por año, los bosques, humedales, glaciares, reservas y parques que, esparcidos por Chile, permiten la vida? ¿Qué pasaría si como parte del currículum escolar tuvieran los niños que conocer su flora y fauna endémicas en terreno, viviendo la experiencia de lo que está a un par de kilómetros de su sala de clases?
Brenda y sus compañeros de clase lo saben: uno queda con gusto a poco y con ganas de volver.
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