Con ese extraño sabor a derrota, en La Araucanía se respira el aire de un portazo en la cara a las intenciones laicistas de las constituciones del 25 y 80, que ilusionaban al Estado con pernoctar bajo el “cielo azulado”, del Chile para todos y todas.
En las constantes sesiones de la Comisión Asesora Presidencial encabezada por el obispo de Temuco, el espejismo republicano se vuelve difuso y provoca gorgoteantes heridas a cuanto corazón laico observa; y claro, si en un esfuerzo cínico por creer que el Artículo 10 de la Constitución del 25’ nos entregaba la anhelada independencia, (la misma que ambiguamente da a entender la constitución del 80’ y sus posteriores reformas), no quisimos ver la indeseada realidad, aquella donde los credos siguen influyendo en las decisiones del Estado, la misma que difumina las influencias cruzadas y las presiones improcedentes, una realidad donde agentes de Estado y “Soldados del Reino” parecieran mezclarse tan íntimamente, que cuesta distinguir los ropajes de cada uno.
Entre algodón y alcohol yodado, es claro que no le influye al ciudadano juzgar si es buena o nefasta la intromisión de una autoridad eclesiástica en temas de Estado, pero claramente pareciera improcedente aceptar, de nuestras autoridades, este tipo de inconsecuencias que ponen en tela de juicio los discursos ciudadanos; la simple separación declarativa de la iglesia y el Estado, no define ni asegura íntegramente un estado Laico, menos cuando la Iglesia se sigue sintiendo con el poder y la, peor aún, autoridad, de cuestionar las decisiones de los representantes del pueblo en su conjunto.
Habrá quienes intenten concebir esto como un acto de agresión a las creencias, religiones y todo aquello que el dogma permite, pero nada más alejado de la realidad. Como persona nacida y criada en el seno de una familia devota de la fe cristiana, no podría sino tener más que buenas palabras para quienes tienen y profesan una fe, puesto que es su base de un actuar para con el resto y para sí mismos. El problema se produce cuando esas creencias personales, intentan “por la razón o la fuerza” imponer puntos de vista personales, argumentado credos que su interlocutor no tiene, transformando una discusión de futuro, en simples alegatos fundamentalistas que Dios, en sí mismo, no ordena, sino más bien propone a través de las interpretaciones que cada creyente le da. Así, mientras el ciudadano quiere solución a sus problemas como un ente republicano independiente, la iglesia lo obliga a ver todo desde el prisma clerical que no comparte… El problema es la negación a siquiera pensar, que sus interpretaciones de Dios puedan estar equivocadas.
Finalmente los años pasan, las decisiones se estancan, los ciudadanos se reprimen y la autonomía jamás llega… porque mientras ambos, Estado e Iglesia, actúen como adolescentes con independencia selectiva, jamás podremos dejarle “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20:25)
Excelente reflexión querido amigo, me interpteta cada una de tus palabras