Académico Facultad de Ciencias Sociales, U. Central
Por ahí por 1972 intenté leer con mi inglés de liceo público “Dialéctica del Sexo. El caso de la Revolución Feminista” de Shulamith Firestone; era un título atractivo, con un aire a marxismo no oficial y haciendo un guiño a los marxistas occidentales de la Escuela Crítica, para un muchacho de esa época un verdadero bocado.
Sin embargo ni en Marx ni en sus seguidores está la pretensión de imponer una ideología ontológica que redefiniera absolutamente a los seres humanos y, en general, a toda la cultura humana tal como la conocemos hasta ahora. La dinámica de la lucha de clases es el núcleo de la teoría de la historia de Marx y no se vislumbra de su obra que pueda ser reemplazada por otra clase de lucha, aunque sea la de género. Ni etnias, ni entre el Sur versus el Norte, u otra dicotomía que se quiera presentar, no se justifican si no se pueden reducir a diferencias de clase, y esto es fundamental. Por eso se habla de neomarximo, de marxismo cultural o de “una reinvención del comunismo obsoleto” como sostienen los reaccionarios. Y esos reaccionarios, algunos religiosos e integristas, mezclan como teoría de la conspiración bajo el título de Nuevo Orden Mundial al sionismo, la masonería, los esoterismos varios asociados a lo demoníaco, la izquierda marxista y… la ideología de género con el feminismo radical.
Posiblemente buena parte de los análisis hechos por Marx estén obsoletos, pero también es cierto que es y ha sido la más importante teoría y su subsecuente praxis para mejorar las condiciones sociales de los pobres del campo y la ciudad, es imposible concebir una nueva teoría que, usando el esqueleto del marxismo se rellene con elementos que su autor nunca consideró. El autor de la teoría de las clases fue un pensador que se tomó su tiempo para reflexionar, por lo que es imposible que no viera otras aposiciones distintas o alternativas a las clases, y menos que estas pudieran sustituir a las clases como polos de oposiciones que permitieran caminar inexorablemente al socialismo.
Marx ni siquiera se preocupó de la cultura, por lo que ponerla como reemplazo de la sociedad es una extensión forzada –va a ser Gramsci quien valorice el rol de la cultura– que no se iguala a una sociedad predeterminada económicamente. Así que este marxismo cultural, se parece más a ese laicismo trasnochado anticristiano, cuyo ámbito de lucha está en los medios y en la opinión pública antes que en las calles, en el salón y el teatro antes que en las huelgas, en el pensador progresista ondero y cool antes que en el marginal o el obrero.
Ni fábrica, ni huelga, ni sindicato, ni nada del añejo izquierdismo de compañeros (esos que comparten el pan) ni de camaradas (los que comparten la misma pieza o cámara), no, son los cultores de esa revolución deconstructora del lenguaje, del subjetivismo como estandarte, del acuerdo de clases y uno que otro pendón capitalista y neoliberal. Así que esta ideología tiene un rasgo muy ideológico: enmascarar las verdaderas luchas del pueblos a otros odios de otros marginales y otros discriminados; nunca más a los discriminados socioeconómicamente.
El viejo Marx, chacotero, delicado con las damas, con una cortesía héteronormativa, sexista y homofóbico según ciertos patrones de conducta actuales fue un revolucionario que quiso cambiar el mundo y nunca habría animado movimientos de conciliación de clases, por lo que no habría reconocido a Firestone como su heredera política ni ideológica.
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