Jocelyn Uribe
Académica Facultad de Educación, U.Central
No es extraño escuchar nuestra permanente alusión como país al sistema educativo de Finlandia, considerado el mejor en Europa según el informe PISA, y de los mejores a nivel mundial. Sin embargo, y a pesar de la alta valoración que este sistema posee, es importante reflexionar en torno a los aspectos que no copiamos y que ni siquiera relevamos en relación al mismo, los cuales precisamente parecen ser la clave de su éxito.
Al interior de este sistema la figura del profesor se constituye en un elemento de gran valoración, lo cual no necesariamente se traduce en el sueldo, sino más bien en el real prestigio que poseen al interior de la sociedad finlandesa, que hace que dicha profesión sea de las más requeridas por los estudiantes. Como dato, sólo el 10% de los aspirantes son admitidos en las distintas facultades de educación.
Realidad muy diferente a la que vivimos a nivel nacional, la cual no se logra acercar a esta cifra ni siquiera con los incentivos otorgados para la carrera docente. Dentro de la trayectoria académica, al finalizar la carrera, los estudiantes más brillantes son los que suelen dedicarse a la educación infantil, debido a la relevancia de esta etapa para la óptima continuidad del proceso educativo. A nivel de comunidad se confía plenamente en los profesores, dado que se conoce ampliamente la preparación que ellos tienen y sobre todo el que solo los alumnos más destacados pueden acceder a la docencia.
Por otra parte, la ‘escolarización’ comienza recién en sus primeros contactos a los 7 años, lo anterior sobre la base del planeamiento que solo a partir de esta edad, los niños tienen la madurez para comprender y asimilar la información que van recibiendo. A ello se suma que en la gran mayoría de los establecimientos, durante los 6 primeros años, niños y niñas tienen el mismo maestro en sus asignaturas, lo cual les permite realizar un real acompañamiento de sus procesos y reforzar el plano emocional mediante la seguridad que la figura del maestro les proporciona, prestando mucha atención a la evolución del estudiante. En este escenario también una de las premisas fundamentales del sistema, es que los niños deben jugar el máximo tiempo posible para disfrutar de su infancia; por lo cual durante sus dos primeros años de clases, solo asisten entre 4 a 5 horas.
Junto a ello, por cada profesor no hay más de 20 estudiantes y el sistema fomenta la curiosidad, la creatividad y el aprender realmente a pensar, anulando de esta forma el afán del aprendizaje memorístico. Los docentes son evaluados y retroalimentados en su práctica por sus propios colegas, quienes los apoyan en caso de ser necesario en sus aspectos deficitarios; dado que se valora altamente la experiencia profesional en esta línea.
Sería conveniente detenernos a reflexionar, ya que a pesar de nuestra permanente alusión al modelo, la admiración en torno a sus resultados y los pequeños acercamientos a la imitación de este referente, no centramos nuestra mirada en todos los aspectos que ellos privilegian y nosotros invisibilizamos, lo cual nos hace pensar en que quizás la clave de no haber alcanzado este tan deseado éxito a nivel educativo, radique en lo que precisamente no copiamos- y ni siquiera miramos- del modelo educativo de Finlandia.
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