Más allá de la nostalgia

Héctor Ramírez Arquitecto U. AutónomaPor Héctor Ramírez

Director Instituto de Estudios del Hábitat

Universidad Autónoma de Chile

A mediados del siglo XIX la introducción del ferrocarril en Chile, así como también para la mayoría de los países de Latinoamérica, significó para el Estado un enorme desafío técnico, que tuvo como correlato la expansión económica e industrial del país.  Los ferrocarriles se constituyeron en el medio para la llegada masiva de empresas, la profesionalización de la ingeniería, así como el estímulo para iniciar actividades de mantenimiento y de producción de bienes industriales. Por lo tanto,  gran parte de nuestra  historia económica se debe a la instalación del ferrocarril.

En 1851 se inauguró la primera línea férrea entre Caldera y Copiapó, para transportar el mineral de plata descubierto en Chañarcillo. Posteriormente, dicha red  se expandió territorialmente hasta  llegar a Puerto Montt en el año 1993. Sin embargo, la incapacidad del Estado para racionalizar el uso eficiente de este medio de transporte, sobre todo en el periodo del gobierno militar, sumado a malos manejos económicos posteriores e importantes cambios sociales y de mercado, que acrecentaron la necesidad del uso y demanda por el transporte terrestre, terminaron por socavar un ciclo de historia social y económica construida en torno al ferrocarril.

Los que observamos con nostalgia esta pérdida nos preguntamos: ¿Por qué en Europa, Estados Unidos, Canadá y otros países tienen redes de trenes exitosas?, ¿Por qué un país con las características geográficas de Chile no lo tiene? No obstante, más allá de la geografía chilena y de la nostalgia que nos invade al recordar la existencia del ferrocarril, debemos, en consideración a nuestra calidad de vida y  medio natural,  incorporar nuevos criterios que nos permitan analizar las  bondades ambientales y sociales que este medio de transporte nos concede.

El cambio climático es uno de los principales factores  que debemos tener en cuenta.  El transporte terrestre es responsable según Conycit del 36% de emisiones de CO2. Sin embargo,  las locomotoras eléctricas no producen gases de efecto invernadero. La contaminación por partículas de caucho por el desgaste de neumáticos, por abrasión, es otro factor asociado, que para el caso de los trenes tampoco no se produce.

Sumado a lo anterior, evidenciamos un alto nivel de congestión vehicular, lo que además de afectar nuestros tiempos de transportes, incide directamente en el deterioro de  las vías terrestres, particularmente por el daño provocado por el transporte de carga,  cuya mantención lo pagamos todos los chilenos a través  de los diversos peajes.

Algunas  experiencias positivas de reactivación de redes ferroviarias en nuestro país, nos demuestran la necesidad de masificar este medio de transporte. Algunos buenos ejemplos son los denominados  trenes de cercanía en ciudades que concentran mayor población. En este sentido,  Metrotren, Essbio y Merval, rompieron el récord de pasajeros el año 2018, transportando a 47 millones de personas. Dicha meta pretende llegar a 120 millones en 2023, con los nuevos proyectos a NOS, Melipilla, Valparaíso.

¿Pero qué pasa con el tren al sur? Se dice que no es rentable, claro, si se usa la metodología económica tradicional para evaluar proyectos de transporte. Sin embargo, se precisa ampliar los indicadores de rentabilidad hacía dimensiones sociales, ambientales y humanas. Debemos resignificar la importancia de un viaje cómodo, rápido, de baja accidentabilidad y con escaso efecto contaminante. Asimismo, podemos incorporar el carácter patrimonial y turístico que traería como consecuencia para las economías de territorios locales. Se podría  además, al diversificar la oferta de transporte,  enriquecer una red intermodal  que  articule y modernice la conectividad intra e interregionalmente.

Se propone construir una nueva cultura ferroviaria en el sur de Chile, que nos permita no solo apreciar la intimidad de los paisajes y lugares, sino que también ampliar las alternativas para una conectividad más sustentable. Más allá de la nostalgia, pensamos que debiese haber voluntad política para definitivamente evaluar el impacto socio-económico y ambiental que tendría para nuestro país el ferrocarril al sur.

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