La muerte ha sorprendido a un militar y ha dejado heridos de gravedad a nueve de ellos. Jóvenes uniformados que este 6 de marzo patrullaban un sector cordillerano de la Región del Bío Bío. Ellos estaban ahí cumpliendo con lo dispuesto en un decreto presidencial que estableció un Zona de Catástrofe. Nuevamente la familia militar, conocedora de los Estados de Excepción y, en qué terminan, ha sido golpeada con la angustia y el dolor de perder a uno de los suyos. Estados de Excepción que muchas veces son el resultado de la incapacidad de la clase política por solucionar temas tan antiguos como el conflicto mapuche.
Por cumplir esa orden la angustia y el dolor nuevamente a golpeado a la familia militar. Muy merecidamente, serán los nuevos héroes o mártires del Ejército de Chile, al igual que sus camaradas de 40 años atrás quienes también, en más de una oportunidad, cumplieron órdenes durante un [COSE1] estado de excepción. En esos años fueron considerados héroes y salvadores de la democracia, por la sociedad que no fue capaz de controlar la crisis política en que estaba Chile.
Hoy, los tratan como asesinos integrantes de un gobierno tirano y represivo. Soldados que también hacían patrullajes, apagaban incendios y llegaban con la mano amiga después de los desastres naturales. Varios de ellos también perdieron sus vidas cuidando y dándole tranquilidad a la sociedad que hoy los persigue y los condena desde el sitial de confort que lograron alcanzar, bajo el amparo de seguridad y desarrollo de la exitosa economía del Gobierno Militar. La misma sociedad que no ha sido capaz de solucionar “políticamente”, el problema de La Araucanía.
Actualmente el país y la sociedad vive en paz. Pero no fue gratis. Cuarenta o más años atrás se quejaban del toque de queda, mientras otros cumplían innumerables y agotadores servicios. Largos períodos de conflicto cuidando nuestra frontera. Pero también, como siempre, atentos a ayudar en todas las situaciones de catástrofe lo que, en esa época y hoy más que nunca, cada vez se hace más necesario.
Un joven Oficial o Suboficial no creo que tenga los mejores recuerdos de esos años. Un día podía estar de guardia, al siguiente día además de saliente de guardia, estaba de emergencia. Al tercer día en instrucción o clases, al cuarto de patrullaje o cuidando torres de alta tensión o estanques de combustibles para evitar un atentado terrorista. Al quinto día nuevamente de guardia y el fin de semana, en Instrucción de Reservistas o de la Defensa Civil. Los solteros no tenían muchas oportunidades para desarrollar una vida acorde a su edad, y los casados, para cuidar y criar a sus hijos, se apoyaban casi completamente en sus señoras y familiares. Otros arriesgaban sus vidas enfrentando a células terroristas y allanando lugares de concentración de armas clandestinas. Nadie se quejaba. Cumplían fielmente las órdenes. No había excusas ni tibiezas. Todo se hacía, sin cuestionar los costos, sociales, morales, familiares, éticos, o religiosos. Así, por meses y años, vieron crecer, desde lejos y a la distancia, a sus hijos. Un costo invaluable. Solo los matrimonios más consolidados lograron sobrevivir a esa dura rutina, postergando la realización profesional de sus esposas, quienes privilegiaron el cuidado de los hijos por sobre su crecimiento personal. Ningún trabajo remunerado de esa época permitía para ellas cambios de ciudad cada año. Más estricta aún era la reglamentación interna del Ejército que impedía que los esposos estuvieran separados por razones de trabajo. La esposa de un soldado debía estar junto a su marido. No había otra posibilidad. (*)
Miles de familias tenían —y aún es así en gran medida— que someterse a los continuos traslados, a nuevas ciudades, a nuevos desafíos, a nuevos colegios, a nuevos amigos y a serios problemas económicos. Los hijos de militares fueron siempre los alumnos nuevos del curso. Sin saberlo y sin los resguardos que hoy existen, debieron ser fuertes, sobreponerse al desconocido bullying, abrirse paso a puñetes si era necesario y sin los apoyos de expertos en estos temas ni el de psicólogos u orientadores profesionales. Los profesores poco cooperaban, a veces las palmadas de castigo —en esa época— eran tanto en el colegio como en la casa. (*)
Muchos de los nuestros quedaron trágicamente en el camino, no tan solo, por la artera acción de un terrorista, sino también, por los trágicos accidentes a lo que se exponen, hasta el día de hoy, quienes forman parte del Ejército de Chile. Principalmente, Soldados Conscriptos que en casi todos los años completan, voluntariamente, las dotaciones necesarias para asegurar el funcionamiento y la operacionalidad de las unidades militares y para que el Gobierno de turno tenga a quien recurrir cuando la situación así lo aconseje. Jóvenes, hombres y mujeres, que buscan satisfacer mayormente su inquieto espíritu de aventura, pero también dispuestos a enfrentar un desafío físico y un especial deseo por pertenecer a una institución donde se practica intensamente el orden y la obediencia.
Un Ejército, que pese al continuo e irresponsable interés de una parte de la sociedad y de conocidos sectores políticos (de izquierda y derecha) por reducirlo a su más mínima expresión, hace grandes esfuerzos por abstraerse de la coyuntura mediática y superar la crisis que afecta, principalmente, a una parte de su estructura.
Creo que todos deberíamos apoyar para que esta crisis no se profundice y no caiga en una desastrosa revolución, objetivo final de quienes, silenciosamente, parecieran ser parte de una guerra de cuarta generación. Una red ideológica que está socavando los cimientos institucionales para derrumbar el Ethos de la profesión militar. Son los que quieren cambiar la estructura del poder militar. Ya no quieren relacionarse con los Comandantes en Jefes a quienes hay que hacer a un lado a cualquier costo, para finalmente imponer una figura de menor rango subordinada a un Jefe de Estado Mayor Conjunto, cargo que será totalmente político y designado a dedo por cada gobierno. Eso, es solo una parte de todo lo que se viene por delante.
(*) Notas extraídas del libro “40 años al Servicio de Chile”, de próximo lanzamiento del autor de esta columna o carta.
Christian Slater Escanilla
Coronel.
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