La cara más frágil de la pobreza

Pedro Urrutia ArévalosPor Pedro Urrutia, jefe territorial de Hogar de Cristo en La Araucanía.

El último catastro liderado por Techo reveló que 60 mil niños habitan en campamentos en Chile. Son niños que, por las dificultades propias de su contexto social habitacional y a causa de la pandemia, se han visto obligados a dejar la escuela. En nuestra región, La Araucanía, más de mil jóvenes quedaron fuera del aula. Un espacio que por derecho les pertenece.

“Son muy pocos niños los que tienen la tecnología para seguir sus clases online. Además, van dos veces que me cortan la luz”, señala Alba, quien llegó a Chile desde Maracaibo, Venezuela, en compañía de su hijo Leandro, de 9 años. La pandemia evidenció y agudizó la constante falta de oportunidades de acceso a la educación que tienen los jóvenes que viven en los campamentos. No es la única dificultad que enfrentan. Porque si los padres están sin trabajo, los ingresos e incluso la comida empieza a escasear. En esas condiciones, la conectividad es un lujo prescindible.

“Yo me escapo y me voy para afuera, ahí me junto con otros cabros que están en la misma. Es que mi celular se queda pegado, no me llegan las tareas. No he dejado de ir al colegio por flojera”, relata Francisco, de 17, desde el campamento Renacer, en Temuco. Su testimonio es fiel reflejo de la realidad de niños y jóvenes viviendo en campamentos. Por eso, entre todas las legítimas demandas en pandemia, ¿habrá alguien midiendo en cuánto estamos hipotecando nuestro futuro si los jóvenes excluidos del sistema educativo siguen así, marginados, y a ellos se agregan otros miles de niños excluidos, hacinados, descartados o abandonados en la epidemia?

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