Cada año, en agosto, recordamos a quien fuera fundador del Hogar de Cristo: Alberto Hurtado. En algunas semanas, el jueves 18, es el aniversario número 70 de su muerte, y la fundación que lleva su nombre nos interpela con la pregunta: “¿Podemos estar tranquilos?”.
Esta expresión recuerda las palabras de su amiga Gabriela Mistral, que acompañan la invitación a poner una rama de aromo sobre la sepultura del padre Hurtado, “que tal vez sea un desvelado y un afligido mientras no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente”.
El padre Hurtado fue un incansable apóstol de la misericordia; hoy lo llamaríamos un activista social. Entre otras muchas ocupaciones, se dedicó a acoger a quienes morían de frío en las calles de Santiago, convocando a quien quisiera sumarse. Les decía a sus contemporáneos “no descansen mientras haya algún dolor que mitigar”.
¿Qué nuevos dolores y necesidades reconocemos a nuestro alrededor? Menciono siete que me parecen de extrema urgencia e importancia. Los siete se encuentran entrelazados en sus causas y en que la respuesta conjunta que estamos dando dista mucho de ser un alivio.
1) Son cientos de miles los niños y niñas que pudiendo ir al colegio, no van.
2) También es enorme el déficit habitacional, que entre campamentos y hacinamiento crítico alcanza a poco más de 600 mil familias.
3) En situación de calle, hay oficialmente casi 20 mil personas, aunque todo indica que son muchas más.
4) El flagelo de la inflación está afectando los bolsillos de familias e instituciones: los pobres son más y son más pobres.
5) Hay en varias partes brotes de violencia y una sensación de inseguridad que hace que andemos con miedo y desconfiemos radicalmente unos de otros, con razones fundadas.
6) En muchas poblaciones y barrios críticos campea el narcotráfico y está totalmente debilitado el tejido social.
7) La crisis migratoria desde Venezuela y Haití y otros países de Latinoamérica desborda las ciudades y la institucionalidad no ha dado el ancho para acoger e integrar adecuadamente.
Para aliviar tanto dolor las fuerzas individuales no alcanzan y tenemos que sumarnos a otras personas e instituciones, tanto públicas como privadas, para reaccionar oportunamente, transformando conciencias y estructuras, y promoviendo al mismo tiempo la inclusión, la dignificación, de algún modo que hagamos que nuestro país sea más cariñoso, seguro, acogedor con todas las personas que vivimos acá. Intentemos en este Mes de la Solidaridad desarrollar los sentidos y virtudes que el padre Hurtado vivió y nos sigue invitando a vivir. Son muchas aún las necesidades y dolores que requieren la concurrencia de esfuerzos y voluntades, tareas de alta política.
José Fco. Yuraszeck Krebs, S.J.
Capellán General del Hogar de Cristo
Dejar una contestacion