Por Ibania Gardilcic, fonoaudióloga, educadora sexual y cofundadora de Secretos de Amor
A propósito del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, fecha que conmemora la lucha de las mujeres por sus derechos sociales y desarrollo íntegro como personas en igualdad de género, cabe recordar -y con énfasis- que el momento no se celebra: un día como éste en 1908, 129 mujeres fallecieron en un incendio en la fábrica Cotton de New York, Estados Unidos, luego de declararse en huelga con permanencia en su lugar de trabajo y no poder arrancar debido a que las puertas se encontraban cerradas. Entre sus demandas las trabajadoras exigían reducir la jornada laboral diaria a 10 horas y equiparar sus sueldos con los de los hombres, quienes ganaban más a cambio de las mismas laborales. Lamentablemente, ellas no fueron antes escuchadas.
Desde los orígenes de la sociedad, la voz y el cuerpo de las mujeres han sido silenciados, castigados; de ahí el surgimiento de movimientos feministas que tras el continuo rechazo por la búsqueda de mayor participación en espacios públicos como privados, han terminado demandando con mayor perseverancia, fuerza y costo el reconocimiento de las capacidades y derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres. La línea cronológica, de hecho, ha sido muy bien descrita por la académica inglesa Mary Beard en su libro “Mujeres y Poder: Un manifiesto”, mencionando cómo hace tres mil años la civilización griega ya prohibía acciones básicas en las mujeres, desmereciéndolas como personas y catapultando para siempre un peligroso y robusto machismo, del cual aún queda por derribar, un ejemplo: recién hace 125 años comenzó en el mundo un proceso que en algunos países no ha terminado, el derecho de la mujer a votar.
¿Pero, por qué callar a las mujeres? Sucede que la voz es poder y si ésta es escuchada, generamos autoestima y empoderamiento en la persona que habla; dos herramientas cruciales para participar con seguridad y libertad en el entorno, validando así nuestra propia gobernanza. Sin embargo, y a causa de los históricos detractores del comportamiento femenino, muchas mentes de mujeres mantienen patrones automáticos que coartan sus sentidos, autoreprimiendo finalmente sus cuerpos. La misoginia ha sido histórica y debe terminar; no puede ser que aún escuchemos frases dirigidas a mujeres, niñas y adolescentes, del tipo “no te pongas eso, porque te queda mal”, “siéntate como señorita”, “no hables tan fuerte, pareces una histérica” o “estás mostrando mucha piel”. Basta, ya eso es violencia simbólica.
El mensaje para las mujeres y toda la sociedad es el siguiente: nunca olviden que en la medida que nos apropiemos de nuestros cuerpos, la voz podrá salir con mayor facilidad y viceversa. Aprendamos de las mujeres que abrieron los caminos y mirémonos con profundidad; la oportunidad de exploración y respeto es gratuita y nadie lo puede vulnerar. Estamos todas juntas.
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