Nuestra nación no ha caído tan bajo como otros hacia la “captura de estado”, es decir, aquella situación en la que un país puede resbalar paulatinamente hasta el punto en que un grupo menor, de manera abierta o encubierta maneja los hilos del poder, con tentáculos en los diversos estamentos del estado. Y bien digo, diversos estamentos del estado, pues, este fenómeno trasciende los gobiernos de turno. Cuando contemplamos el caso Hermosilla, estamos avistando algo parecido, lo cual, siendo grave, es aún muy rudimentario como para afirmar con certeza que el estado ha sido capturado.
Pero lo que si vemos en Chile es un fenómeno de “casta”. Es decir, no se trata de una familia, sino de un grupo humano, diverso, que cuida sus privilegios y hace usufructo del aparato estatal. No me refiero a un partido político determinado, sino a toda la clase política, o más bien, corporación política. Una vez llegado el ciudadano a ocupar un puesto de poder en nuestro Congreso Nacional, rehúsa gestionar una rebaja de su dieta. Segundo, rehúsa disminuir sus atribuciones ya que, cuenta con asesores, prensa, chofer, rompe-filas, etc., todo financiado por el dinero de los contribuyentes. Tercero, establece límites y recursos legales frente a posibles amenazas.
Nuestro país paga bien a sus parlamentarios, es decir, los contribuyentes chilenos pagamos bien a los parlamentarios. En efecto, Chile es el país de la OCDE que otorga las mejores dietas a sus congresistas y por lejos, seguido por Italia, Estados Unidos y
Alemania. La dieta de un diputado equivale a 38 salarios mínimos de Chile. Y siendo dieta, no sueldo, no paga el impuesto a la renta, que todo ciudadano común debe pagar. Otro privilegio.
Actualmente hay un minúsculo debate en torno a las inhabilidades que tiene el sistema democrático. En particular, una me es muy importante, los Consejeros Regionales deben por ley, renunciar un año antes a su cargo, para poder presentarse como candidato a Diputado. Se trata de una inhabilidad draconiana, la cual, toda la clase política (salvo distinguidas excepciones) se rehúsa a eliminar, marginando a la posible competencia y protegiendo su cuota de poder y privilegios.
Es de casta. La clase política chilena es una casta y esta realidad inflige un daño enorme en la ciudadanía, la cual resiente tener que trabajar tan duro para vivir de forma austera, frente a los privilegios de aquellos. Ya es tiempo de cambiar esta nefasta realidad.
Felipe Martínez, Administrador Público y Psicoeducador, Consejero Regional de La Araucanía.
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