Francisco Huenchumilla Jaramillo
Senador
La eutanasia es un tema complejo y controvertido que ha generado debates éticos, legales, médicos y filosóficos durante décadas.
Desde niño tuve una formación cristiana católica y me he mantenido fiel a esas convicciones; aunque desde los tiempos de la Universidad tuve una posición crítica respecto de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica sobre todo en materia moral, reconfortado eso sí por el liderazgo del Cardenal Silva Henríquez en tiempos de la dictadura.
En mi vida profesional, ejerciendo mi profesión de abogado durante casi 20 años antes de ser diputado, tuve la experiencia de los fracasos matrimoniales de muchas parejas que me tocó atender y de un camino casi sin salida para resolver legalmente los problemas que con ello se presentaban, a no ser que se hiciera uso de la llamada Nulidad de matrimonio; patrociné numerosas causas de esa naturaleza, sabiendo todos los participantes, incluido el juez en representación del Estado, que todo era una farsa; y siempre fui testigo de cómo la Iglesia Católica impedía toda modificación legal sobre la materia hasta el año 2004, en que se dictó la actual Ley de Divorcio; pero habían pasado más de 100 años con una postura de la jerarquía que, con el paso de los años, demostró que formaba parte absolutamente del pasado.
Después tuvimos el debate sobre los temas relativos a la política anticonceptiva y el aborto en 3 causales. Nunca pude entender por qué siempre la iglesia llegaba tarde a estos grandes debates que interesaban a la opinión pública, donde se trata simplemente de establecer un mecanismo legal que dé una salida a los problemas críticos de su vida, que tienen las personas, y que es un mecanismo voluntario, no impuesto y donde en virtud de su autonomía ese hombre o mujer pueda tomar libremente el camino que ha establecido el Estado para resolver su situación.
Me preguntaba yo por qué alguien le tiene que imponer al resto sus convicciones y manera de pensar: eso es propio del pasado. La gran conquista de la modernidad es el ideal de la tolerancia. Y en el Parlamento, hoy se debe legislar para todos y todas en nombre del Estado, en una sociedad pluralista donde cada cual tiene sus propias convicciones pero que no se las puede imponer al resto.
Por ello comencé una búsqueda para encontrar una respuesta distinta a la que daban las jerarquías oficiales y así fue como descubrí al teólogo católico Hans Küng.
El primer libro que leí fue “¿Existe Dios?” para después continuar con “Ser Cristiano”; posteriormente continué con la Trilogía sobre el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam; y así fue como llegué a los 3 tomos de las memorias del profesor y teólogo. Y en el último tomo denominado “Humanidad vivida” me encontré con el capítulo XII, que se titula “en el atardecer de la vida” (pág. 599) que me llevó directamente a los libros “Morir con dignidad” y “Una muerte feliz”.
En mis hoy largos años de vida pública, sobre todo en aquellos cargos en que uno está directamente vinculado con la vida de la gente, como la alcaldía y los cargos parlamentarios fui testigo, personal y directamente, del sufrimiento de miles de personas que tienen enfermedades terminales de distinta naturaleza como la demencia senil, Alzheimer, enfermedades neurológicas paralizantes, accidentes cerebrovasculares, etcétera; adultos mayores y muchas veces simplemente adultos postrados en cama por años, que no son autovalentes muchos de ellos, también sobreviviendo artificialmente, sufriendo dolores físicos -que a veces pueden ser morigerados- pero la mayoría de las veces sufriendo dolores en su alma y en su dignidad humana.
Seguramente también muchos de ellos están conscientes de que son una carga para su familia, lo cual agrava su sufrimiento y dolores espirituales. En todos estos casos, en lo íntimo de su corazón, seguramente exclaman en silencio “Dios mío, por qué me has abandonado”.
En este drama familiar destaca la generosidad inmensa de las mujeres: abuelas, madres, esposas, hijas, hermanas, parejas, parientes, cuidadoras, llenas de misericordia.
Repito lo que dice Hans Küng: “así mantengo mi convicción cabalmente como cristiano: ninguna persona está obligada a soportar sumisa a Dios lo insoportable como dado por Dios. Eso que lo decida cada persona por sí misma, sin verse impedida en ello por sacerdote, médico o juez alguno.”
Y agrega: El Creador “según la concepción cristiana, es un Dios de la misericordia, no un déspota cruel que desee ver a los seres humanos el mayor tiempo posible en el infierno de sus dolores o del puro desamparo” (Hans Küng, “Memorias Humanidad vivida”. Tercer tomo, pág. 620-621).
Por ello estoy convencido de estar haciendo lo correcto, desde el punto de vista moral y político, al presentar este proyecto.
Por supuesto, estas son mis convicciones y principios, y sólo a mí me comprometen. Naturalmente yo no pretendo imponerlas a nadie, ni menos que con mis razones yo trate de convencer a los que no piensan de la misma manera. Cada cual tendrá la manera de aproximarse al tema de la muerte, y de cómo las personas pueden vivir esa etapa final de la vida, cuando se encuentran en situaciones de enfermedades terminales, de postración, dolores o sufrimientos que atenten contra su dignidad.
Este es un estado que puede afectar, cualquiera que sea la condición de la persona: rica o pobre, creyente o no creyente, en compañía o en la soledad y en virtud de su individualidad y de su autonomía personal tiene derecho a decidir por sí mismo o misma cómo quiere enfrentar este trance de su etapa final. Por eso es que este proyecto está hecho para todas y todos, y cada uno hoy tendrá derecho a dar sus propias razones en virtud de sus personales convicciones y principios acerca de la vida y de la muerte.
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