
Hoy se cumplen 14 años desde la partida de Corina Lemunao Lemunao. Murió un jueves 22 de diciembre de 2011, tras una vida marcada por el abandono y la violencia, pero también por un cierre inesperadamente luminoso: el reencuentro con su hijo Sebastián, ocurrido meses antes y que se transformó en su regalo final.
Hoy, 22 de diciembre de 2025, La Araucanía vuelve a mirar una de las historias más dolorosas y humanas que ha conocido. Han pasado exactamente 14 años desde la muerte de Corina Lemunao Lemunao, conocida en todo el país como la “mujer gallina” de Lonquimay, un apodo que nació del horror, pero que con el tiempo dejó al descubierto una verdad mucho más profunda: la de una mujer mapuche con discapacidad, silenciada durante décadas por el abandono, la pobreza y la indiferencia.
Corina nació el 1 de mayo de 1953 en la comuna cordillerana de Lonquimay, en un contexto social marcado por el aislamiento rural, el frío extremo y la ausencia de redes de apoyo para personas con discapacidad mental. Desde pequeña presentó una condición que su familia no supo ni pudo enfrentar. La respuesta fue brutal: siendo aún una niña, fue encerrada en un gallinero, donde pasó su infancia y gran parte de su juventud.
Allí creció sin lenguaje, sin escolarización y sin contacto humano suficiente. Dormía en la paja, se alimentaba de maíz y agua en mal estado, y convivía con las gallinas. Con los años, su cuerpo y su conducta reflejaron ese encierro prolongado: movimientos rígidos, dificultad para caminar y comportamientos que imitaban a los animales con los que fue criada. Chile le puso el nombre de “mujer gallina” antes siquiera de conocer el suyo, en un gesto que mezcló morbo con desconocimiento.
El día en que el país miró
La historia salió a la luz en 1992, cuando Corina fue rescatada por las autoridades. Tenía cerca de 39 años. Las imágenes transmitidas por televisión estremecieron al país: una mujer adulta, desnuda, desnutrida y encogida, como empollando, reveló una realidad que muchos no creían posible.
Los medios de comunicación abrieron un debate que aún incomoda: cómo la sociedad y el Estado permitieron que una persona viviera décadas en condiciones infrahumanas.
El sufrimiento no terminó con el rescate
Salir del gallinero no significó el fin del dolor. Tras su rescate, Corina fue trasladada a distintos hogares de cuidado en Temuco. En esos espacios, lejos de encontrar protección, volvió a ser víctima. Fue abusada sexualmente en reiteradas ocasiones, hechos que derivaron en dos embarazos. Ambos hijos fueron dados en adopción en el extranjero.
Aunque Corina no podía hablar, quienes la conocieron relatan que conservaba memoria del trauma vivido. Su cuerpo, ya debilitado por décadas de desnutrición y abandono, acumuló nuevas secuelas físicas y psicológicas.
Recién en 2005, con más de 45 años, Corina llegó a un lugar donde pudo vivir con dignidad: la Fundación Revoso, en Padre Las Casas. Allí recibió atención médica, alimentación adecuada y, sobre todo, cuidado humano. La directora del hogar, Norma Carvajal, se convirtió en una figura clave en sus últimos años.
En ese espacio, Corina comenzó a mostrar señales de calma. Sonreía, se comunicaba con gestos y compartía la rutina con otros adultos mayores en situación de abandono. Por primera vez, su vida no estaba definida solo por el encierro.
El regalo antes de partir

El momento más luminoso de su historia llegó en 2011. Gracias a internet y las redes sociales, Sebastián, uno de sus hijos adoptado en Suecia, logró dar con su paradero. Contactó a la Fundación Revoso con una duda que pronto se transformó en certeza. Norma Carvajal lo recordó así: “Sebastián me contactó, quería saber si Corina era su madre y viendo su foto no quedaba ninguna duda de que así era”.
El joven viajó a Chile con un álbum de fotos preparado por su madre adoptiva. El reencuentro fue silencioso y profundo. El idioma y las limitaciones de Corina no fueron un obstáculo. Se reconocieron en abrazos, miradas y sonrisas. Fue un momento que marcó a todos quienes estuvieron presentes.
Desde entonces, una fotografía de Corina junto a Sebastián permaneció en su velador. A través de Skype, madre e hijo se comunicaban periódicamente. “Lo podía ver, escuchar y abrazar virtualmente”, relatan quienes la acompañaron. Ese vínculo tardío se transformó en su mayor alegría.
El final
Pocos meses depués de este reencuentro que cambió su vida, en octubre de 2011, la salud de Corina se deterioró gravemente. Contrajo tuberculosis, enfermedad que avanzó rápido debido a su fragilidad física. Pasó por hospitalizaciones y períodos de aislamiento. Finalmente, el jueves 22 de diciembre de 2011, a los 58 años, Corina Lemunao falleció.
Murió en el mismo entorno que le dio tranquilidad en sus últimos años. Y murió habiendo recibido algo que la vida le había negado durante décadas: reconocimiento, afecto y la certeza de ser madre.
A 14 años, una memoria que interpela
Hoy, 22 de diciembre de 2025, se cumplen 14 años desde su partida. La historia de Corina Lemunao no es un mito ni una leyenda urbana. Es un recordatorio incómodo de lo que ocurre cuando la discapacidad, la pobreza y el abandono se cruzan sin protección familiar, estatal ni social.
Pero también es la historia de un último año distinto. De una mujer que, después de una vida de silencios forzados, encontró en un reencuentro tardío una forma de despedirse. Su último regalo llegó justo a tiempo. Recordarla hoy no es solo un acto de memoria. Es una advertencia. Para que nunca más alguien tenga que vivir —ni morir— en el dolor.


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