Psicólogo y académico de la U.Central
Los últimos acontecimientos que vienen (y vendrán) ocurriendo en nuestro país invitan a detenernos en el valor de las diferencias, la aceptación y la mutua convicción que podemos construir una comunidad más tolerante.
Una trifulca en del metro de Santiago, videos compartidos denunciando la llegada de inmigrantes sin control, el cambio de gobierno genera espacios de discusión y dificultad como todo cambio, la ley de identidad de género, la necesidad de una nueva matriz energética, la agresión a José Antonio Kast, las posturas por la salida marítima boliviana, hasta la imagen de Arturo Prat avecinando el próximo 21 de mayo generan posiciones antagónicas que muestran el mundo tan cambiante, expansivo y confrontacional en que vivimos.
Los cambios, discusiones y conflictos nunca han sido un problema; la ausencia de respeto y colaboración es la que ensucia todo debate. En época de respeto cabe la pregunta para cada uno: ¿cómo me afecta a mí la libertad del otro?, ¿en qué aspectos fundamentales de mi vida la libertad del otro está condicionada a mis creencias? Más aún, ¿hasta dónde llegan mis aprensiones para decidir de la naturaleza del otro? Aseguramos, sin darnos cuenta, que la vida de otra persona solamente es válida cuando éste la mira y comprende desde donde yo miro; peor aún, hemos tratado a otros de anormales, animales, zánganos, enfermos y cuanta cosa más. Ahí nace entonces este cuestionamiento así como la necesidad de respetar al prójimo.
El respeto a las diferencias implica observar con libertad y compromiso la felicidad del prójimo, involucra humildad y colaboración, cuestiones que nos cuestan, pero felizmente a las nuevas generaciones no. Cuesta entender que nuestros hijos, por ejemplo, podrían desarrollarse de manera mejor sin la presencia de esos otros, sin el aporte de ellos para la construcción de un mundo mejor y más diverso, más tolerante. Haga el ejercicio y pregúntele a un niño o niña respecto de sus intolerancias con sus amigos extranjeros, pregúntele por sus complejidades cuando un compañero ha transitado de género; más aún pregúntele qué lo hace feliz y se sorprenderá.
Esa es la cuestión, el trabajo venidero para aportar a este mundo tan complejo desde el espíritu de la construcción de comunidad (unidad común). Los triunfos pasarán. Por cierto, dejarán esa sensación de éxito y alegría, pero algo debe hacerse con los debates que se abren en pos de una mejor sociedad; ello pues una persona transgénero no está enferma, el gobierno no está lleno de delincuentes, los otros países no están colapsados de ignorantes y ahí es donde nace el cuestionamiento del respeto y la comunidad, reflexionando en torno a descubrir cómo podemos colaborar desde nuestra historia y actuar para que, independiente de los triunfos morales y electorales, construyamos una sociedad más justa, inclusiva y tolerante, una sociedad de respeto y fraternidad.
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