Por Dr. José Hernández Bonivento
Director, Instituto Chileno de Estudios Municipales
Universidad Autónoma de Chile.
La elección de los gobernadores regionales resurge en la agenda pública, con editoriales de grandes medios y entrevistas que sugieren la suspensión de estas elecciones hasta después de un eventual proceso constituyente. Los argumentos son los mismos de siempre: que estamos en crisis (social, económica, sanitaria, escoja usted), que no es conveniente con tantas elecciones, que son cargos muy débiles y sin claridad en sus competencias, que será fuente de conflicto con el delegado presidencial, y así, con una serie de posibles y eventuales “desastres” que ocurrirían con este proceso descentralizador.
Como ya es un asunto repetido, dejemos de lado los temas obvios de por qué es importante la elección democrática de la autoridad regional (mayor participación y representación política, nuevos liderazgos regionales, mayor proximidad a los temas de cada región y mayor capacidad para adaptar políticas a nivel territorial) y veamos más bien la razón por la que surgen, de manera recurrente, las ya mencionadas críticas: sea por el contexto social, o por la conveniencia, o por los posibles conflictos, el punto principal es uno: la elección de gobernadores regionales va a generar mayor complejidad social. Y en esto, no puedo estar más de acuerdo.
Sí, el sistema político se hará más complejo con la entrada de autoridades regionales. De todas maneras. Pero esto, aunque parezca extraño, está lejos de ser algo malo y, en cambio, es algo más que deseable para nuestra democracia. Es más, quienes defienden la “simplicidad” del centralismo no logran entender que nuestra sociedad ya es diversa, dinámica y compleja, y que la búsqueda de la simplicidad no solo es antidemocrática (vean no más lo “simple” que es tomar decisiones en dictaduras y autoritarismos) sino totalmente contraproducente.
En su libro “Una teoría de la democracia compleja”, el filósofo vasco Daniel Innerarity advierte que la simplicidad es la mayor amenaza de nuestras democracias. Quedarnos en concepciones en apariencia simples—como el centralismo—no solo empobrece la discusión pública, sino que reduce nuestras capacidades para enfrentar cuestiones sociales que ya, de por sí, son complejas.
Si algo debieran enseñarnos estos meses de crisis constante es que, en nuestra sociedad contemporánea, no existen problemas simples. Y, por lo tanto, antes de restringir la democracia en nombre de una falsa simplicidad, deberíamos expandirla, invitando a la mesa a estos nuevos liderazgos regionales, para que apoyen y contribuyan con sus renovados puntos de vista al actual diálogo nacional. Seguir postergando estas elecciones es seguir postergando lo inevitable, y ya hemos perdido suficiente tiempo en simplicidades.
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