Cuarentena en Pandemia ¿Una Medida Sanitaria Eficaz?

EDUARDO-SANDOVALDr. Eduardo Sandoval Obando[1]

Las últimas semanas se ha observado un aumento sistemático de las tasas de contagio por SARS-CoV-2 en el país (según el último reporte del MINSAL, al 25 de marzo 2021, existen más de 7 mil casos nuevos, 38.699 casos activos conocidos y 122 fallecidos durante las últimas horas). Las cifras descritas dan cuenta de una tasa de positividad frente al PCR cercana al 9.6%, llevando a que la red de salud integrada esté con niveles de ocupación cercanos al 95%. Más aún, a pesar de los enormes esfuerzos realizados por el personal sanitario en torno al plan de vacunación (de grupos de riesgo, personal esencial y población general) y el liderazgo alcanzado por Chile en esta materia, la situación sanitaria es crítica y revive los peores momentos vividos durante la pandemia en el 2020.

Lo anteriormente expuesto ha obligado a que, desde el Ministerio de Salud, se endurezcan las medidas sanitarias, trayendo consigo la implementación de cuarentena en varias comunas del país. Pero ¿Cuál es el sentido y eficacia de esta medida sanitaria? ¿Existen un plan de comunicación de riesgo eficaz frente a la pandemia? ¿Cómo se podría alcanzar una cultura de la prevención y del autocuidado en la población durante la pandemia?

En primer lugar, es necesario enfatizar que, de acuerdo con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, la cuarentena tiene como propósito disminuir la velocidad de propagación del virus en una determinada zona. Por ende, es una herramienta con la que cuenta la Autoridad Sanitaria para aislar a una determinada población con alta concentración de casos positivos, reduciendo el riesgo de contacto con grupos de riesgo y población general que no ha contraído el virus (Sandoval-Obando, 2020a). Lo anterior, se refuerza con la implementación de cordones y aduana sanitarias respectivamente. Además, la cuarentena es una medida sanitaria que cuenta con una larga data de uso en la historia de la humanidad (Tognotti, 2013), desde el control de la peste negra hasta su uso en el control del virus SARS (2003), la Influenza A(H1N1) y la actual pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 respectivamente.

En segundo lugar, y a pesar de que la cuarentena es una medida sanitaria restrictiva e intrusiva que impacta (al mediano y largo plazo) de manera potencialmente negativa en la salud mental de las personas, no se puede desconocer que es un mecanismo de salud pública elemental para reducir la cantidad de contagios, fortalecer los mecanismos de testeo, trazabilidad y aislamiento (TTA) y para descomprimir (en parte) la red de salud integrada del país. Por otra parte, el aislamiento, la ansiedad y el malestar que genera una cuarentena (restricción a las libertades individuales) golpea drásticamente a los grupos históricamente vulnerados (niños/as y jóvenes, familias en riesgo social, personas en situación de discapacidad, migrantes, personas mayores, etc.) lo que tensiona directamente la eficacia de estas medidas. Así, durante los brotes de peste y cólera, el miedo a la discriminación, la cuarentena obligatoria y el aislamiento llevaron a los grupos sociales más débiles y a las minorías a escapar de las zonas afectadas, contribuyendo a que la enfermedad se propague más y más rápido, tal como ha ocurrido en diferentes partes del mundo durante esta pandemia.

En tercer lugar, y a modo reflexivo desde la psicología de la emergencia es posible plantear que la cuarentena obligatoria debe ir acompañada de un plan de comunicación del riesgo con foco en la ciudadanía. No basta con un reporte diario de tasas de contagio, Nº de casos activos y fallecidos por comuna o región. Se debe avanzar en la implementación de una estrategia comunicacional que responda a todo el ciclo de una emergencia, con foco en la coordinación interinstitucional y la prevención socio-comunitaria, reconociendo oportunamente las condiciones de vida, infraestructura, dinámicas relacionales y características socioeconómicas e histórica-culturales de cada comuna. Además, debe involucrar pautas claras y socioeducativas que favorezcan la promoción del autocuidado, la resiliencia y el apoyo social entre las personas. Tal como lo plantea la OMS, un plan de comunicación del riesgo debe construirse en ciertos pilares claves: planificación, confianza, transparencia, comprensión del público (empatía y pertinencia territorial) y prontitud en la transmisión del mensaje.

Finalmente, todos/as estamos llamados a ser promotores del autocuidado en nuestros hogares y comunidades (Sandoval-Obando, 2020b) cumpliendo con las medidas de higiene básicas (uso correcto de la mascarilla, distanciamiento físico, lavado frecuente de manos, etc.) y aportando empáticamente a la protección de nuestras comunidades. En complemento a lo anterior, es posible señalar que la confianza pública en las autoridades sanitarias debe ganarse a través de comunicaciones regulares, transparentes e integrales que equilibren los riesgos y beneficios de las intervenciones de salud pública, aprendiendo las valiosas lecciones del pasado (Cetron y Landwirth, 2005).


[1] Investigador responsable del FONDECYT de Iniciación Nº 11190028. Especialista en Psicología de la Emergencia y Desastres. Académico adscrito a la Escuela de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades – Universidad Autónoma de Chile.

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