Todas y todos nacemos con la capacidad de la empatía. En un nivel inicial, esto viene dado por nuestra capacidad de reflejar sensorialmente lo que vemos en otra persona, producto de las neuronas espejo. “Este sistema nos recuerda que somos seres esencialmente sociales y con tendencia a la imitación. Pero la empatía es mucho más que un reflejo automático, sino que es una habilidad que se enseña y aprende a lo largo de la vida” comenta la consultora del Programa Aprender en Familia Emilia Tagle. La empatía es una decisión, esa opción de conectar con lo que pasa en el otro desde nuestra propia experiencia emocional, lo que no siempre es fácil.
Daniel Siegel y Tina Bryson en El cerebro afirmativo asocian la empatía con la palabra “yosotros”, de decir, como la posibilidad de darnos cuenta que no somos solo un “yo”, sino que formamos parte de un gran “nosotros”. De este modo, la empatía nos lleva a:
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Sentir lo que la otra persona siente.
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Alegrarse con lo que le ocurre a la otra persona, y decirlo.
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Comprender lo que al otro le ocurre.
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Tomar distancia para entender lo que ocurre desde distintos puntos de vista.
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Ayudar a otros fuera del círculo familiar o conocido.
“Los niños y niñas pueden desarrollar la empatía todos los días en sus interacciones cotidianas, pero es crucial enseñarla de manera intencionada. Y como primer espacio de socialización y aprendizaje del niño o niña, la familia tiene un rol fundamental” comenta la consultora del Programa Aprender en Familia, Emilia Tagle. En ella establecemos nuestros primeros vínculos y relaciones afectivas, aprendiendo a reconocer y expresar nuestras emociones junto a otros. La familia es la primera forma de comunidad, por lo tanto, el primer espacio donde se experimenta el “yosotros”. Por ello, las interacciones familiares son un espacio privilegiado para promover el desarrollo de la empatía.
¿Cómo podemos hacerlo? Invitando a los niños y niñas a poner atención a los sentimientos y emociones de los demás en las interacciones cotidianas, por medio de preguntas sencillas como: ¿cómo te habrías sentido tú en ese caso? o ¿por qué habrá actuado esa persona de esa manera?. Estos diálogos permiten trabajar progresivamente los fundamentos de la empatía en el día a día. También, la lectura compartida de cuentos es una linda oportunidad de encuentro entre adulto y niño, que abre paso a la conversación y la conexión con la experiencia de los protagonistas, siendo un puente entre el mundo real y el ficcional.
Junto con esto, una estrategia concreta y muy importante para el desarrollo de la empatía es ser modelo para niños y niñas. “Como adultos tenemos el desafío y la responsabilidad de ser ejemplo de empatía, reconociendo y validando las emociones en nuestras propias interacciones. Y no solo las emociones ajenas, sino que también las personales, lo que a veces pareciera ser incluso más difícil. Para conectar emocionalmente con otro, primero tengo que conectar conmigo mismo y eso requiere aprender a escuchar, reconocer y no juzgar el propio mundo emocional” añade Emilia Tagle. Por ello, el primer paso para enseñar empatía es la empatía con uno mismo, o en otras palabras, la auto empatía.
Finalmente, un par de consideraciones importantes. Por una parte, y al igual que en muchos otros ámbitos, es preciso considerar que en el desarrollo de la empatía seguimos viendo diferencias por género. Diversos estudios muestran que las niñas presentan mayores comportamientos empáticos que los niños desde edades tempranas, diferencia que se incrementa con el tiempo. Esto nos recuerda el desafío de trabajar con igualdad el reconocimiento emocional con ellos y ellas, observando críticamente nuestras expectativas por género. Por su parte, debemos recordar que la empatía no funciona en el vacío, sino que implica pensar en el otro desde referentes éticos y morales definidos. No debemos enseñar empatía por la empatía en sí misma, sino que dentro de un marco de valores en que invitamos a niños y niñas a hacer el bien a su comunidad.
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