¿Por qué es necesario hablar de feminismo?

Ana María Gutiérrez fotoAna María Gutiérrez
Académica, Universidad Central

A propósito de las tomas feministas en diversas universidades y de la repercusión política y social del movimiento, es pertinente hablar del significado y los mitos asociados al feminismo.

En primer lugar, por el desconocimiento o ignorancia que existe en relación al tema y la gran distancia que hay entre lo que realmente es “un movimiento social y político que busca igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres, considerando que son diferentes” y la construcción del feminismo que surge del imaginario social, es decir, “mujeres que odian a los hombres” o “feminismo es igual a machismo”.

La imagen prejuiciosa que se tiene del feminismo se origina en la “sociedad patriarcal y androcéntrica”, punto de partida de la desigualdad, al ser esta una estructura de opresión y dominación que despliega el poder masculino sobre las mujeres. En esta, el hombre es la medida de todo, relegando lo femenino al espacio privado, al cuidado de los hijos y a las labores domésticas.

Este tipo de sociedad se sostiene gracias al apoyo de instituciones conservadoras con gran influencia en la población: iglesia, partidos políticos y medios de comunicación conservadores. Estos, en su afán de perpetuar los valores y estructuras tradicionales, han denostado la labor de las feministas, en la lógica de demandas como el aborto o la diversidad sexual. No es difícil entender por qué la mayor parte de la población, incluso algunas mujeres, tienen una imagen negativa de las feministas.

Como segundo aspecto está el cuestionamiento permanente, desde la trinchera masculina, al empoderamiento femenino, a causa del temor que significa la posibilidad de compartir (ni siquiera perder) privilegios que, históricamente, han estado reservados para los hombres, vinculados al espacio público, como la política y el mundo del trabajo. A esto se suma el verse presionados y/u obligados a participar del espacio privado, en el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico. Ante esta amenaza, se caricaturiza a las feministas como machorras, feminazis, frustradas y amargadas que quieren someter a los hombres bajo su poder.

Ello ha derivado en la polarización de las relaciones entre ambos: mujeres cada vez más empoderadas sobre su rol en la sociedad, en contraposición a hombres que construyen la masculinidad a partir del rol tradicional de macho proveedor y protector. Es decir, mujeres cada vez más independientes y hombres cada vez más machistas.

Culmino citando a una de las grandes pensadoras feministas, Simone de Beauvoir: «el hombre se define como ser humano y la mujer como femenina. Cuando ella se comporta como un ser humano, se dice que está imitando al varón».

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