Dr. José Hernández Bonivento
Director, Instituto Chileno de Estudios Municipales
Universidad Autónoma de Chile
El domingo 31 de marzo se conmemora un nuevo Día Nacional de las Regiones, fecha que busca relevar la importancia de mirar hacia los territorios más allá de la Región Metropolitana, y empoderar los nuevos gobiernos que, desde hace décadas, claman por un mayor protagonismo en la esfera pública nacional.
No es poco el camino recorrido, pues aunque con muchos años de atraso, Chile por fin parece subirse al carro de la descentralización, tanto a nivel formal—con la aprobación de las leyes de elección de gobernadores regionales y de fortalecimiento regional—como en lo simbólico, al eliminarse la denominación de las regiones por números y reivindicar sus nombres e identidades.
Sin embargo, no dejan de existir voces contrarias a la descentralización, que buscan mantener amarrado el desarrollo del país a Santiago, manteniendo la falsa pretensión de un mayor control central para un Estado más eficiente. Olvidan quienes defienden el centralismo, con una retórica paternalista y conservadora, los grandes potenciales que conlleva un Chile de regiones, con poder de decisión tanto para enfrentar los problemas (como lo son la atención de desastres naturales) como para atender y aprovechar las oportunidades que cada territorio presenta, de manera diferenciada, desde Arica hasta Punta Arenas.
Es cierto que la tarea no es fácil, y que pueden existir riesgos en cuanto a desarticulaciones, bloqueos y vacíos de acción. Pero no porque sea un trabajo complejo implica que deberíamos desistir o aplazar un paso fundamental para el crecimiento y el desarrollo de Chile. Las regiones ya han cumplido su mayoría de edad, y la ciudadanía exige una administración del Estado más próxima a sus intereses y necesidades.
Necesitamos inclinar la balanza hacia las regiones, y no solo hacia sus gobiernos, sino también hacia esa ciudadanía que busca mayor protagonismo en el quehacer público. Necesitamos que sean todos los actores sociales, las personas, las asociaciones y fundaciones, las pequeñas y grandes empresas de las regiones, las que participen y se hagan cargo de su propio desarrollo. Debemos dejar de mirar en menos los territorios, dejar de condenar a su gente a migrar a Santiago para buscar bienes y servicios de calidad, y entregarles las herramientas para que tomen las riendas de su propia realidad, con resolución, con voluntad y con transparencia.
Necesitamos dejar de pensar que el poder es una cuestión de suma cero, donde lo que ganan las regiones lo pierde el gobierno central. Al inclinar la balanza a las regiones, en realidad, ganamos todos.
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