Senador
Hace medio siglo, Milton Friedman le puso el broche de oro al paradigma neoliberal cuando –en una columna del diario más importante de los Estados Unidos– declaró que la responsabilidad social de la empresa consistía solamente en maximizar las utilidades de los accionistas y respetar las leyes, incluyendo la libre competencia.
Una década después, gobernaban Thatcher en Inglaterra, Reagan en Estados Unidos y Pinochet en Chile, posiblemente los tres políticos más identificados con el neoliberalismo. Con la crisis de la deuda en los 80, se instaló el Consenso de Washington, que recetaba a los países de América Latina la medicina neoliberal. En esa época, Deng Xiaoping sumaba a China a las economías de mercado y, al término de la década, los ciudadanos de Alemania del Este botaron el muro de Berlín, iniciando el fin del imperio soviético. En definitiva, el paradigma neoliberal del individualismo por sobre todo, que los mercados resuelven todo y se autorregulan, pasó a ser el sentido común de las cosas, el pensamiento hegemónico.
Hubo cambios de posición notables a lo largo de esos 20 años. Muchos de los personajes destacados de la centroizquierda chilena, que abominaban de las políticas de Pinochet y los Chicago Boys hasta 1989, pasaron a ser defensores de los mercados y de la sociedad del mérito. Ayudaron a convertir la economía de mercado en la sociedad de mercado.
Esto, tuvo al menos dos problemas en Chile. En primer lugar, la sociedad de mérito requiere, como condición previa, la igualdad de oportunidades, pero en Chile básicamente tenemos una sociedad dividida como torta de milhojas, en finas capas de desigualdad que permanecen hasta hoy. Los colegios particulares subsidiados eran la perfecta expresión de ello. El 1% de la población sigue controlando más de 20% de la riqueza, y el 10% más rico controla en torno al 40% de ella. El Estado no tuvo la convicción ni la fuerza política para aplanar la cancha, cuando en realidad para generar igualdad de oportunidades habría que inclinar la cancha en favor de los más desfavorecidos, como lo han relevado las mujeres en búsqueda de la igualdad de género.
En segundo lugar, un grupo importante de los más grandes e influyentes empresarios no estaban disponibles para cumplir la segunda parte de su responsabilidad social, es decir, respetar las leyes y las reglas de la libre competencia. La colusión, las operaciones financieras ilegales, el abuso de los clientes, el lobby, las tasas de interés usureras y la evasión de impuestos, son características de esta época. Hasta el Presidente de la República tiene sus capitales en paraísos fiscales y ha evitado ser condenado por operaciones financieras ilegales, pagando multas mínimas por adelantado. Al mismo tiempo, los grandes empresarios financiaban las candidaturas políticas de su interés, lo que dejaba a buena parte de los “representantes del pueblo” a merced de los intereses empresariales.
La institucionalidad se acomodó a “los acuerdos”, de forma que los amigos de cada lado eran los designados para dirigir las instituciones nacionales, siempre y cuando estuvieran disponibles a respetar “las reglas del juego”.
Al mismo tiempo que esto ocurría y se fortalecía a lo largo de los años, con destacados casos de corrupción salpicados entremedio, las reglas del mercado se aplicaban a las grandes mayorías. No a los subsidios generalizados, porque no hay plata (impuestos) para financiarlos. Vayan a la universidad y el Estado les da un préstamo, pero por intermedio de los bancos. Protejamos a las pymes, pero reduzcamos más los impuestos a los más ricos. Y a la hora de pedir créditos, les pedimos garantías que no tienen y les cobramos una tasa de interés muy superior, si es que lo consiguen. Es probable que todo esto tenga buenas explicaciones coyunturales, pero los efectos perversos, no previstos, nos persiguen inexorablemente.
Es decir, el mercado aplica a los que no se lo pueden saltar: las clases medias. Los ricos se acomodan entre ellos y el 10% de pobres que aún tenemos viven en gran medida de los subsidios del Estado. La clase media, paga precios de mercado, 19% de IVA incluido, tasas de interés de mercado, medicina de mercado, peajes de mercado y un largo etcétera, mientras otros van al supermercado y piden factura en vez de boleta, no pagan las contribuciones de las casas de veraneo por 30 años, pagan 3 y les condonan las multas e intereses.
Por eso, los $30 del metro de Santiago tuvieron tanto eco y respaldo. Las reglas del mercado son injustas, como lo señaló el Presidente Aylwin en 1990. Pero peor aún, los llamados a cumplirlas y hacerlas cumplir no lo hicieron. Por el contrario, las abusaron y dejaron abusar en beneficio propio y de sus cercanos.
Ahora enfrentamos un período difícil, debido a las consecuencias de la pandemia. El desempleo es y se mantendrá alto. El Estado, que debiera ser el soporte de los más perjudicados está muy debilitado, y el actual Gobierno está preso en su ideología.
Salir de estas difíciles circunstancias requiere un cambio de enfoque. Es necesario abandonar el paradigma neoliberal, para poner en su lugar un concepto de la sociedad y del Estado que se haga cargo del hecho de que las personas vivimos en sociedad y que no es cierto que cada uno se debe exclusivamente a su mérito. Los que quedaron cesantes durante esta crisis, ciertamente no lo están por falta de mérito. Si el dueño de un pequeño negocio quebró, no se debe a su incompetencia. Si a una niña le da cáncer, no podemos decir que es culpa de ella o de sus padres y deberíamos financiarle entre todos el mejor tratamiento posible. Estos problemas no los resuelven los seguros individuales, suponiendo que la persona tenga dinero para pagarlos, los resuelve la sociedad toda.
Este Gobierno ya aceptó la idea de que los seguros de desempleo individuales son insuficientes y los seguirá financiando el Estado. En el primer Gobierno de la Presidenta Bachelet, también aceptamos dar una pensión solidaria a los que no lograron generar una pensión de supervivencia. Anteriormente, con Lagos, se creó el Auge. Todos estos son mecanismos, insuficientes todavía, que se contraponen con el paradigma neoliberal. Necesitamos desarrollarlos y fortalecerlos.
Para eso hay que redactar una nueva Constitución. Una que cambie la mirada desde la sociedad de mercado hacia una sociedad solidaria, que usa los mecanismos de mercado donde estos son útiles y le asigna al Estado la provisión de aquellos bienes y servicios que, como dijo el filósofo Michael Sandel, el dinero no puede comprar.
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