Entre la enfermedad o el hambre

Pedro Urrutia Arévalos

Por Pedro Urrutia, oefe de Operación Social de la Araucanía.

En Temuco han resurgido las ollas comunes, tan propias de los años ochenta. Así lo atestigua una madre que espera su porción de alimento, en el sector Pedro de Valdivia, en Temuco, un lugar de alta vulnerabilidad, aledaño a campamentos y viviendas subarrendadas a migrantes que viven hacinados: “No voy a permitir que mis hijos pasen hambre. Si tengo que dejar de comer, es lo que voy a hacer”.

Hoy los más excluidos enfrentan una pregunta horrible: ¿Muerte por coronavirus o por hambre? Todo esto en una región con más de 45 mil habitantes que sufren escasez alimentaria, una de las formas más crudas de la extrema pobreza. Entre ellos hay desempleados, migrantes, personas que viven en la calle y, por supuesto, niños. Cientos de ellos.

Las educadoras de nuestros jardines infantiles, ubicados en el sector de Amanecer y Pedro de Valdivia, en Temuco, han levantado la voz sobre el hambre que están sufriendo más de 60 familias que acoge la fundación. Ellas aseguran, angustiadas, que la mayoría de los niños “no tienen qué comer”. Y pasar días sin alimentarse los hace más débiles y susceptibles de enfermar y morir. ¿Es coincidencia que seamos la región con más decesos y la segunda con mayor cantidad de contagios después de la Metropolitana?

Somos un millón 14 mil habitantes, un tercio de los cuales vive en sectores rurales, donde se concentran los peores índices de pobreza del país. Nuestros profesionales conocen ese territorio y están angustiados. Aseguran que la reflexión de las familias más vulnerables en medio de la pandemia es esta “con el virus, hay probabilidades de que me contagie o que no me contagie. Pero es diferente el hambre, que sé que me va a agarrar. Sin trabajo, encerrados, sin plata, eso es sí o sí”. Entonces, entre ver a sus hijos morir de hambre o salir a buscar monedas y probablemente morir contagiado, es muy posible que los más excluidos terminen eligiendo lo segundo.

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