Una reflexión sobre el COVID-19 y las desigualdades en la sociedad chilena

coronavirus (1)Gabriela Garcés, representante Colectivo PROSA

La llegada del Coronavirus a Chile en el mes de marzo nos ha puesto en un escenario inesperado, no por la imposibilidad que esta pandemia avanzara hacia los confines del sur del mundo, sino por el escenario político y la realidad nacional en la que se concentraba nuestra atención.

Para marzo se proyectaba la arremetida del movimiento social y se preparaba un plebiscito histórico, que daría paso a un proceso político con muchos elementos sin precedentes en él, como la paridad de representación entre hombres y mujeres, fiel correlato de la fuerza del movimiento feminista de los últimos años, por mencionar sólo uno.

Como Colectivo de Profesionales Sociales de La Araucanía (PROSA), surgimos al calor del descontento que el 18 de octubre de 2019 clamó que este país ya no aguantaba más. Nuestra labor de apoyo territorial de cara a las emergencias sociales de la región concentraba esfuerzos, hasta hace muy poco, en generar instancias de diálogo con miras al plebiscito del 26 de abril, a fin de promover el voto informado y consciente en la comunidad local y en quienes padecen día a día las injusticias de este sistema social.

Sin embargo, hoy la mirada y las energías de la ciudadanía chilena se han volcado hacia la pandemia, que se ha transformado en una evidencia más de las desigualdades que afectan a nuestro país. Una pandemia que no toca por igual a toda la sociedad, que no toca igual a Italia que a Chile, ni a Santiago que a Temuco. El COVID-19 se aloja en el sistema respiratorio, en las personas y sus casas, así como en las estructuras sociales, en la economía, la política y el poder. Por ello, como profesionales sociales, entendemos esta pandemia como un flagelo que nos enrostra las fisuras de nuestro modelo de sociedad, que devela la precariedad estructural a la que nos somete el neoliberalismo, la deliberada necropolítica de los gobiernos, la valorización desigual de las vidas según categorías de edad, clase, raza. Asimismo, la pandemia muestra las grietas del sistema que se exponen en nuestra vida íntima: el hacinamiento, la precariedad de las viviendas, la violencia y la pobreza, sumada a los sentimientos de angustia, incertidumbre e inseguridad que viven las familias más vulnerables representada en la sensación de desprotección que abraza a algunos sectores de nuestra población, nos hace pensar en una enfermedad que nos muestra que como es afuera, es adentro. Somos conscientes que quienes ostentan como privilegios todo aquello que debiera ser derecho universal -lo que conforma la tan nombrada dignidad- cuentan, sin duda, con mejor protección: techo donde guarecerse, recursos para abastecerse, alimentarse y recuperarse.

Nuestra Araucanía, región históricamente azotada por la pobreza, la desigualdad y la criminalización del Pueblo Mapuche, sin duda es golpeada con más fuerza por el COVID-19. Llegó rápidamente, en parte, gracias a un joven adulto cuya conciencia colectiva no se manifestó, trasladándose hacia la zona lacustre sin evaluar el impacto de sus acciones en la comunidad local y regional, es decir la más clara representación del pensamiento e interés individual por sobre el pensamiento e interés colectivo.

Desgraciadamente, cuando el virus se expande a la tercera edad, a los pobres, a pacientes crónicos, las fallas del sistema quedan expuestas: falta de camillas, insuficientes ventiladores mecánicos, atenciones precarias o derechamente negadas, falta de insumos médicos, entre otros. La cuarentena total no se sostiene en comunas pobres, como Padre Las Casas y algunos sectores de Temuco, porque la urgencia de lo básico antecede al Coronavirus, el riesgo de la indigencia es mayor que el riesgo del contagio, si no se trabaja, no se come.

Teniendo estos argumentos como telón de fondo, nos gustaría invitarles a reflexionar esta situación desde la mirada de los pueblos indígenas, en atención al territorio en el que estamos y la constatación de que las desigualdades trascienden las distintas dimensiones de nuestro habitar e interactuar. Queremos recordar que la gente de la tierra ya nos lo adelantó: de tanto masacrar a la ñuke mapu, bajo la bandera del desarrollo y el progreso, las respuestas naturales sobrevendrán y traerán grandes cambios, algunos dolorosos. Queremos hacer el llamado a que esta instancia, tan compleja, sea también una oportunidad para repensar la forma en que nos relacionamos con la tierra, la producción, la distribución de los recursos, la soberanía alimentaria, la habitabilidad, las economías circulares y un modelo más sustentable de sociedad.

Finalmente, manifestamos nuestra solidaridad con quienes más sufren, con quienes viven al día, con quienes no tienen bienes, herencias, ni medios de producción; con aquellos que con propiedad pueden cantar “y mis manos son lo único que tengo, y mis manos son mi amor y mi sustento”. Hoy nuestra solidaridad está especialmente con quienes no pueden trabajar para comer, o que trabajar les supone riesgo vital. Extendemos nuestra solidaridad con las mujeres dueñas de casa y también trabajadoras, que están lidiando con las labores domésticas, el cuidado de sus familias e incluso el teletrabajo, asumiendo una triple jornada laboral y llevando en sus hombros gran parte del peso de la crisis. Por eso, hacemos un llamado al despertar de las conciencias y la búsqueda de la construcción de un proyecto colectivo, generando vínculos de confianza y apoyo en cada territorio, grupo o colectivo de nuestra tierra, con sus dirigentes y comunidades, para que cuando superemos esta crisis podamos volver la mirada hacia el proyecto de sociedad que hemos dejado en suspenso y cuyo horizonte hace unos meses atrás nos unió. No olvidemos el grito de auxilio emanado de un Chile que clama dignidad y justicia para todas y todos los que viven en él. Que este virus no calle los otros virus que enferman a nuestra dolorida sociedad.

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