Categorías: Opinion

Francisca vende ropa usada

Por Magdalena Aninat, Directora Fundación Emplea

Los martes, Francisca (39), mamá de Jean (19), Brayan (17), Cristián (16), David (14), Anaís (12), Elías (8) e Israel (4), vende ropa usada en una feria de la población El Castillo. Los viernes hace el trabajo de “recolección de mercadería”. Cuatro de los niños van a la escuela San Francisco de La Pintana, donde cursan dos años en uno. Brayan y Anaís, quienes asisten a séptimo y octavo juntos, tienen entre ellos 5 años de diferencia y él lee mucho menos que su hermana menor.

Francisca, es la jefa y motor de su familia, trabaja informalmente engrosando la cifra de 1.200.190 mujeres ocupadas en esa precaria condición. Las trabajadoras informales como Francisca representan casi un 31% del mercado laboral femenino. En el caso de los hombres, ese porcentaje es de 28,6%, lo que pone de manifiesto que la informalidad es una realidad que tiende a ser más probable entre las mujeres.

Según las cifras de empleo del INE, las mujeres en Chile alcanzan una tasa de participación laboral de 53,5% -lo que incluye el trabajo informal-, mientras que los hombres llegan a un 73,9%. O sea, hablamos de más de 20 puntos porcentuales de diferencia, ratio que se ha mantenido inalterado en los últimos diez años. Esto significa que existen 3.704.738 mujeres que, teniendo edad para trabajar, no participan del mercado laboral, ni como ocupadas ni como personas que buscan un trabajo.

Por otro carril, están las diferencias socioeconómicas: mientras el 20% de mujeres de ingresos más bajos muestran tasas de participación laboral de un 30%, lo que equivale a 477.873 personas, el 20% de ingresos socioeconómicos más alto tienen una tasa de participación de 68,3%, lo que corresponde a 838.636 personas. Otro dato: según un estudio de McKinsey, hecho en 2015, si los países lograran que las mujeres participaran en la economía igual que los hombres, el PIB mundial anual sería 26% más alto el 2025. En Latinoamérica, el avance de la igualdad de género promovería un incremento de 14% en el PIB. Y para Chile, las estimaciones oscilan entre un expectante 18,5% y 20% para ese mismo plazo, según la Comisión Nacional de Productividad.

Estos números que suenan fríos, irreales, distantes si se consiguieran mediante una política económica de incentivo al trabajo formal, con foco en las mujeres, tendrían un alto impacto no sólo en el desarrollo del país, sino en la vida de Francisca, Jean, Brayan, Cristián, David, Anaís, Elías e Israel, y todas las jefas de hogar de alta vulnerabilidad como ella y sus hijos.

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