Su origen se remonta a la época colonial, cuando los duraznos deshidratados, conocidos como huesillos, se utilizaban como una forma de conservación para el invierno. Con el tiempo, la creatividad popular los combinó con mote de trigo cocido y un almíbar de chancaca, dando vida a un brebaje que se transformó en emblema de la identidad chilena.
En sus inicios, el mote con huesillos fue el aliado perfecto de campesinos y trabajadores que, bajo el sol, encontraban en esta mezcla una pausa refrescante durante sus extensas jornadas. Rápidamente, su popularidad lo llevó a las fondas, ferias y carretas, hasta convertirse en un infaltable de las celebraciones nacionales.
Hoy, el mote con huesillos sigue teniendo un lugar especial en plazas, parques y fiestas patrias, siendo mucho más que una bebida: es una tradición que une a generaciones y que refleja la cultura y sencillez del pueblo chileno.
Un vaso helado no solo calma la sed, sino que también conecta con la memoria colectiva, recordándonos que en lo simple se encuentran algunas de las costumbres más queridas y duraderas de nuestro país.
Por: Mario Grandón
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