La dignidad, entendida como la “cualidad de la cosa que merece respeto” se personalizó en todos quienes dijeron si al aceptar el mandato y la responsabilidad de ser constituyentes y no en los símbolos patrios consagrados en el artículo 2° de la Constitución, ni en lo que representa el edificio del ex Congreso Nacional.
Si bien en la conformación de la Convención hay quienes son parte de las élites que han gobernado Chile y que romantizan ciertas causas, pero que no las viven en carne propia, el domingo se visibilizaron las y los constituyentes que han sido discriminadas, marginadas, abusadas, humilladas por su etnia, género, edad, lugar del territorio en que viven o situación socioeconómica.
Para mí, la imagen que quedará grabada en mis recuerdos es aquella en que en primer plano está Elisa Loncón, recién nombrada presidenta de la Convención Constitucional, comenzando a hablar en mapuzungún mientras en segundo plano está Gloria Valladares, encargada de velar por la correcta instalación de la Convención, quien la mira con respeto, serenidad y, me atrevería a decir, también con regocijo.
La solemnidad de la ocasión y el respeto a símbolos identitarios es el comienzo de un proceso en que la dignidad comienza a hacerse costumbre. Nada puede compensar el daño causado, pero es un primer paso el reconocer, respetar y valorar la diversidad.
Aquellos que continúen mirando y actuando desde la cultura de la supremacía racial, patriarcal o económica serán cada vez menos y si hoy aún les queda espacio para vociferar, insultar, desafiar y descalificar, pasarán a la irrelevancia completa porque Chile cambió.
El liderazgo de la Convención Constitucional fue entregado a Elisa Loncón, una persona digna de ejercer dicho cargo. Sus palabras fueron de unidad: “la fuerza que nos dieron es la fuerza para todo el pueblo de Chile”; de inclusión: “Estamos instalando aquí una manera de ser plural, una manera de ser democrático, una manera de ser participativo”; y también compartió el sueño de sus antepasados: “Hermanas y hermanos es posible refundar este Chile, establecer una nueva relación”. Un discurso de mucho contenido y sentido común, libre de odiosidades y de violencia. Su propia dignidad se vio reforzada por su expreso respeto a todas y todos los habitantes de nuestra tierra.
Lo que mejor ejemplifica la transformación que está sucediendo en nuestra sociedad es lo que escribió Daniela Millaleo Montano (@DanielaMillaleo) en su cuenta de Twitter: “algún día mi hija en su primer día de clases dirá: “Me llamo Rayen Cayul Millaleo y soy mapuche” con la frente en alto y orgullo ancestral. Y no como su madre que solo dijo Daniela en ese primer día de clase por miedo que la molestaran y le dijeran India. Esos días ya terminaron”.
Esos días están terminando para Rayen y su familia, así como para millones de chilenas y chilenos discriminados por prejuicios histórico-culturales, pero aún queda mucho por hacer y en Fundación Semilla estamos orgullosos de seguir colaborando para que la dignidad continúe haciéndose costumbre.
Marcelo Trivelli
Fundación Semilla
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