La cultura patriarcal instaura una visión hegemónica de lo que implica ser hombre, relevando como única fuente de reconocimiento y valor la figura del hombre blanco, heterosexual, cisgénero, joven y productivo. Esta visión ha permeado, también, el cómo se ha entendido socialmente el rol de padre, asimilándolo a una imagen de proveedor de recursos materiales, que delega la crianza en la mujer, situándolo en una posición de espectador y/o evaluador.
Los movimientos sociales relacionados al feminismo y a las diversidades, no tan solo han tenido repercusiones en relación a las mujeres y a las minorías diversas, sino que también han impactado en la deconstrucción de la concepción de hombre y padre. Estos cambios han promovido la apertura de espacios para que quienes son padres puedan conectar con la crianza desde otros lugares, antes asignados y demandados solo a las madres, como lo son, por ejemplo, el cuidado, demostraciones de afectos y preocupación por el desarrollo de los hijos o hijas.
Por una parte, estos cambios en el ejercicio de la paternidad inquietan a algunos hombres, ya que la sociedad en la que vivimos, en especial los ambientes más conservadores, tienden a cuestionar e invalidar este involucramiento en la crianza; por el contrario, se observa que se les otorga un valor adicional a los hombres que “ayudan” a las madres en el cuidado de niños y niñas, que se “sobre involucran” en la crianza y exceden los comportamientos socialmente aceptados acerca de su rol parental.
Lo anterior, contribuye a constreñir el despliegue amoroso de la crianza por parte de algunos padres. Muchos de ellos podrían terminar restándose de esta forma de paternar por la sanción social que pudieren recibir o por la ausencia de oportunidades y competencias para un ejercicio activo y cariñoso de la paternidad, ayudando a redefinir el concepto lejos de un referente patriarcal.
El involucramiento en la crianza, el establecimiento de vínculos tempranos con los/as hijos/as, la comprensión de la demanda de cuidado de un niño/a recién nacido y la participación activa en los diferentes hitos del desarrollo, favorece que los padres aporten con vivencias significativas y elementos fundamentales en el desarrollo y bienestar de niños y niñas.
Cabe destacar que, en un proceso de crianza respetuosa y cariñosa, donde los padres se involucran activamente, los niños y niñas crecen y se desarrollan en ambientes bien tratantes y dignos, percibiendo esta resignificación del rol paterno, lo que continúa contribuyendo a este cambio en la forma de relacionarnos.
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Columna elaborada por Rodrigo Cordero G., psicólogo, profesional supervisor del Departamento de Promoción y Fonoinfancia, de la Dirección Nacional de Promoción y Protección de la Infancia de Fundación Integra.
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