Lo que ocurrió en Curacautín, Victoria y Traiguén este fin de semana, y en general en La Araucanía los últimos meses, pasa cuando el Estado no llega, llega tarde o enfoca el conflicto desde una sola perspectiva: terrorismo, delincuencia, dinero, tierra, narcotráfico, o robo de madera; en lugar de buscar una solución más comprehensiva.
Pero seguir centrándose en buscar las responsabilidades de eventos o microprocesos de conflicto es improductivo y hasta nocivo. Encierra en el espiral interminable de quién tuvo la culpa, viendo solamente los árboles en lugar del bosque. Esta dinámica solo ha conseguido mostrarnos lo peor de las prácticas policiales, de las estrategias políticas, de las respuestas de terratenientes, y de los de dirigentes políticos que solo son humanos, ensuciando una causa que es justa e inquietudes y miedos que son legítimos.
La experiencia comparada sobre resolución de conflictos de esta naturaleza enseña que para lograr una paz duradera y estable es necesario sentarse a negociar la paz, sin prejuicios, sin limitaciones, donde todas las opciones puedan estar sobre la mesa, con todos los líderes (no solo con los dirigentes de las partes principales y aun con aquellos que han promovido una vía violenta), llevar un proceso bien hecho y completo aunque tome años, que sea inclusivo considerando a todos los actores de la sociedad civil, especialmente a las víctimas, con asesoría y observación internacional, y que ojalá sea llevado a cabo en terreno neutral.
En otras palabras, se debe promover un proceso de paz, abandonando los “planes” y las “mesas”, los “programas” y las “cumbres”, que solo dan cuenta de eventos puntuales o de cronogramas establecidos con objetivos generales y específicos, cada uno con su indicador, que se cumplen y se agotan. Tampoco, aunque nobles y bien preparadas, sirven las iniciativas individuales de políticos traducidas extensas propuestas elaboradas en privado, sin perjuicio de que significan reflexiones valiosísimas para el proceso.
Asimismo, si se sigue con mano dura, militarización, represión, comandos junglas, metiendo plata de manera inorgánica y solo para parchar necesidades puntuales, solo se seguirá profundizando el espiral conflictivo en que estamos y esto lamentablemente no va a terminar.
Tampoco se trata de aplicar políticas públicas que han sido exitosas exitosas en otros países. La manera correcta, aquella que genera una convivencia multicultural pacífica, es aquella que permite crear y hacer funcionar un conjunto orgánico de políticas públicas pactadas, aceptadas y comprometidas como sociedad, que sean propias del país y particularmente del territorio, y producto de un proceso de diálogo horizontal y franco.
¿Quiénes están dispuestos a promover un proceso comprehensivo de paz para el Wallmapu y el Estado chileno?
Alejandro Fernández J.
Abogado / Master en Ciencia Política y en DDHH
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